¡Mi voto no se toca! ¡Mi voto no se toca! Fue la expresión mayormente coreada por cientos de miles de ciudadanos que se reunieron el domingo 26 del mes pasado frente a Palacio Nacional y en otras plazas públicas del País, para externarle al Presidente de la República la inconformidad de un sector de la ciudadanía con propuestas legislativas que, de tomar forma plena, le darán un vuelco a la operatividad del Instituto Nacional Electoral y que pondrá en riesgo, según la apreciación de los inconformes y de no pocos expertos, la realización eficiente con resultados transparentes de los futuros procesos electorales, amén de otras reformas que le permitirán a funcionarios gubernamentales y representantes populares en funciones, hacer uso de su posición y recursos públicos para impulsar campañas propias o de sus causas partidistas, entre otras lindezas que nos recuerdan los tiempos en el que el juego electoral estaba en manos del Gobierno; de los tantas veces señalados como conservadores.
No tengo duda que miles de manifestantes acudieron de buena fe, a expresar su desacuerdo con las pretensiones presidenciales, lo cual es una buena noticia para un eventual despertar ciudadano que tanta falta nos hace, pero también hay que decir que no todo es color de rosa, como la tonalidad que se le ha dado a las dos grandes protestas que se han realizado en favor del INE; debajo del delicado color, también se mueven los intereses de la peligrosa y aviesa alianza entre partidos políticos y sectores de la Iniciativa Privada que procuran recuperar el comando de la nación tope con lo que tope.
Un ejemplo claro del interés partidista se reflejó en el discurso de la periodista Beatriz Pagés Rebollar, priista de siempre, cuya familia, por décadas, gozó de las jugosas canonjías que, por años, recibió del PRI gobierno. Muy a su estilo, con su tono vocal siempre soberbio, la heredera de José Pagés Llergo, intentó marcar el inicio de un gran frente electoral opositor a los intereses del Presidente de la República y de su partido Morena. En un momento de su perorata, se le olvidó que la fuente vital del movimiento rosa es la defensa del voto, de la democracia, causa que, por cierto, no la distinguió como diputada federal emanada del PRI e integrante de la LX Legislatura 2006-2009.
En su respuesta a la indiscutible protesta ciudadana, el Presidente de la República no se quedó a la zaga de la altivez de Pagés Rebollar, tono con el que menospreció la significativa concentración y, además, se refirió con calificativos despreciativos a los asistentes y a los promotores de este movimiento que, en su momento, puede hacer trastabillar los planes de control absoluto de la 4T. Tal vez no para ganarle la Presidencia, pero sí arrancarle posiciones legislativas, tal y como ya sucedió en el 2021, agregando gubernaturas y alcaldías municipales.
Tal vez para muchos el desprecio que les tiene López Obrador a sus opositores es válido y justificado. Pero se olvidan que el Presidente de la República es gobernante de todos y que, como tal, tiene la obligación constitucional y moral de atender las inquietudes de los gobernados, de todos, de todos, sin importarle el color de la cobija con la que se cubran ni el tamaño del desacuerdo que los incordie. Pero desgraciadamente, y en afectación a la conveniencia suprema de la nación, no resulta así y el Ejecutivo federal se considera como tal, solo para los que están de acuerdo con él, y no solo eso, también recurre o, mejor dicho, está convencido de que marcar y alentar la división entre los gobernados es la manera ideal de ejecutar el poder que le confirió el voto popular certificado por el INE.
El sectarismo es un camino equivocado para la construcción o reconstrucción de cualquier entidad; desgraciadamente, fue la senda tomada por Andrés Manuel, como quien dice, dejó camino real por vereda y se está alejando de personificar aquél ambicioso calificativo: la esperanza de México. ¡Buenos días!