El régimen - ¿de libertades? - que hoy construimos, ¿hacia dónde va?

LA TAREA NUNCA ACABA

    A más de dos años de la presente administración federal, me acerco a una mínima conclusión para tratar de entenderla: el tono del debate en México no está en ninguna oposición entre una u otra política pública, sino entre los valores que nos definen como sociedad. La discusión no se limita a la realización o no de una conferencia de prensa de parte de la autoridad, sino al lugar que le otorgamos al disenso; la realización de elecciones no se discute, en Cuba hay elecciones, pero eso no quiere decir que los partidos representen una alternativa para el ciudadano; la división de poderes existe, pero no por ello prevalecen los mecanismos de pesos y contrapesos de una República; manejar la información a conveniencia puede ser parte de una estrategia política de comunicación, no por ello deleznable, aunque en un régimen de libertades gobernar sea argumento; y así, en un sin número de ejemplos.

    Siempre nos ha gustado vernos en México como una “excepción a la regla”, nada más inocente; lo que sucede en el país es propio del momento de transformación política, económica, social y cultural experimentado en este joven, pero profundo e inexplicable inicio de Siglo 21. No me refiero únicamente a lo que muchos autores han llamado el regreso del populismo o la instauración de una nueva ola de regresiones autoritarias, sino al origen de la principal crisis: el liberalismo democrático.

    La democracia liberal está deslegitimada porque su promesa de progreso no surte efecto de igual forma para todos. El sistema que entrelaza un mecanismo de mayoría con la defensa de las garantías individuales carece de respuestas frente a evidentes fracasos de un pasado muy reciente. Intentar comprender cómo llegamos hasta aquí no está resultando nada sencillo. Observamos las expresiones de un malestar ciudadano, producto de la desigual distribución de la riqueza, del peso de las instituciones tradicionales, desde la familia o la iglesia; o bien, la pérdida de autoridad de comunidades que en otro tiempo mantenían nuestra cohesión social en nuestra forma de convivencia - partidos, sindicatos, periódicos, etc.-

    Esta idea un tanto abstracta tiene expresiones muy sencillas en nuestra realidad más próxima, por ejemplo, la del pluralismo político. El desgaste de nuestro sistema de partidos es directamente proporcional al origen de quienes encarnan “una opción” en los distintos partidos, “una opción reciclada”. Es decir, de qué estamos hablando, ¿de una pluralidad social que necesita verse reflejada como una opción política en la boleta?; o bien, de una suerte de “repechaje” en el que hombres y mujeres buscan su sobrevivencia. Aclaro, esto no habla ni bien ni mal de un partido o de un político, es la naturaleza del juego político, ¡sobrevivir!; no obstante, y que esto queda en la decisión cien por ciento de los electores, dice mucho sobre la “vigencia” del sistema político en curso.

    Cada Presidente intenta construir una narrativa durante su mandato y con ello, moldear la silla presidencial acorde a su persona. Fox buscó restarle solemnidad a las formas del régimen, pero construyó sobre el mismo entramado y terminó por sofisticarlo, convirtiéndose en su principal rehén; Felipe Calderón quiso restituirle poder “al águila mocha” y en su intento por consolidarse, no entendió que la ruptura con el pasado era una exigencia y no una opción; Peña Nieto dijo que él sí sabía cómo hacerlo, y con el “Pacto por México” empezó la restauración del antiguo régimen que algún día los hizo mantener el poder durante décadas, pero no entendió que los mexicanos habíamos cambiado.

    El ahora Presidente de la República sitúa su narrativa del lado “del pueblo”, siempre bueno y generoso; lo hace desde una perspectiva histórica, y con eso le da una intencionalidad en el largo plazo a su mandato que ninguno de los otros presidentes imaginó. Él dice estar por encima de las pequeñas confrontaciones de poder, de la diatriba, de los intereses de grupo. En su discurso, el Estado mexicano no forma parte de la arena pública donde los distintos actores dirimen sus diferencias; el Estado mexicano es un actor más, y hoy que es gobierno, está de su lado.

    Esta última parte es la que verdaderamente puede dar el matiz para las próximas décadas. López Obrador ya está narrando su parte, pero frente a él no se ve qué historia quieren contar aquellos que se le oponen. En pocas palabras, el desafío está en el relato, de otra forma no se dimensiona el peso de los actores.

    Que así sea.