El principio de la paz

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    La palabra príncipe tiene la misma raíz que las palabras primero y principio, por lo que se recuerda que la paz no es obra solamente de un príncipe y se nos invita a involucrarnos y participar activamente; de otra forma, no puede principiar una auténtica era de paz.

    El capítulo 9 del libro del profeta Isaías constituye una promesa gozosa y largamente esperada: la llegada del Príncipe de la Paz: “El pueblo que andaba a oscuras vio una luz grande. Los que vivían en tierra de sombras, una luz brilló sobre ellos” (9,1-2).

    Los versículos 3-4 añaden que el yugo que oprimía al pueblo doliente y toda vara de los tiranos habían sido triturados, así como fueron quemados el manto rebosante de sangre y la bota que taconea con ruido.

    El versículo 5 es el central: “Porque una criatura nos ha nacido, un hijo se nos ha dado. Estará el señorío sobre su hombro, y se llamará su nombre «Maravilla de Consejero», «Dios Fuerte», «Siempre Padre», «Príncipe de Paz»”.

    Y el 6, remata con gran contundencia: “Grande es su señorío y la paz no tendrá fin sobre el trono de David y sobre su reino”. Con el nacimiento de Jesús se cumplió esa profecía: llegó el Príncipe de la Paz. Por eso, el evangelista Lucas, señaló: “¡Gloria a Dios en el cielo! Y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad” (2,14).

    Sin embargo, podemos preguntarnos: si ya llegó el “Príncipe de la Paz”, ¿por qué los seres humanos vivimos en medio de guerras y conflictos? Simplemente, porque no es una paz mágica ni artificial. Si la humanidad no experimenta los frutos de esa paz, se debe a que el género humano prefiere las tinieblas a la luz.

    La palabra príncipe tiene la misma raíz que las palabras primero y principio, por lo que se recuerda que la paz no es obra solamente de un príncipe y se nos invita a involucrarnos y participar activamente; de otra forma, no puede principiar una auténtica era de paz.

    ¿Principio la paz?