El Presidente festeja, la historia anota. Ciudadanos en vez de partidos fallidos
Cuando el Presidente Andrés Manuel López Obrador se delata a sí mismo sin posibilidad ni ganas de pacificar a México, que es lo que en verdad quiere decir al ofrecer que erradicará la violencia pretendiendo hacer en un año lo que no hizo en cinco, los ciudadanos debemos entender que falló el experimento de la alternancia política y que los mandatarios federales de derecha, centroderecha e izquierda se dedicaron a salpicarnos de saliva embustera, negándonos los buenos resultados y traicionando las esperanzas que depositamos en ellos.
Si los partidos políticos realizan un torneo a ver quién gana el campeonato en violentar el marco legal electoral, sin reparar en trampas y simulaciones, embozando con fastuosos nombres a sus camarillas sedientas de poder (uno Coordinador de la Defensa de la Cuarta Transformación y otro Responsable Nacional de Construir el Frente Amplio por México) entonces presenciamos cómo las instituciones creadas para darle cauce a la participación política de la sociedad civil acabaron siendo nidos de los peores males, práctica ilegítimas y execrables perfiles.
Y si los ciudadanos nos dejamos embaucar tan fácilmente por los mismos políticos de todas las ideologías que nos traicionaron, y por la partidocracia que prescinde de la idoneidad en sus candidatos y la democracia en procesos internos, eso significa que están cerradas todas las salidas hacia el País que como sociedad merecemos, aquel que sea parte del contexto de naciones que con buenos gobernantes, excelentes políticas públicas e involucramiento cívico garantizan el bienestar verdadero y generalizado.
Tenemos que lograr servidores públicos que en verdad sirvan y partidos que dejen de ser mafias de poder operando permanentemente para sus intereses y no los de la colectividad, aunque para ello debamos los mexicanos aprender a llevar a cargos de gobierno a ciudadanos confiables, probados en vocaciones y convicciones desplegadas en beneficio de la gente para que ésta deje de estar a expensas de dádivas que envilecen y mesías cuya dimensión moral tan endeble ocupa del culto y la autoidolatría para sostenerse de pie.
Cómo nos hace falta la celebración del día en el cual todos estemos felices por haber construido el México que hemos imaginado desde los pueblos originarios, los antepasados que han ido aportando granos de arena en la obra común de la Patria de ensueño, y la generación actual, la de cristal o la de roca, que avanza en normalizar libertades y derechos. Llenar los zócalos, llevar la música, gritar las vivas y bailar al ritmo de la misión cumplida por los ciudadanos, a pesar de los políticos, partidos y la charlatanería como celadas atrapabobos.
Después de las siete décadas de pleno dominio del Partido Revolucionario Institucional en las instituciones nacionales, los 12 años de Acción Nacional al frente de la conducción del País, el regreso del PRI de 2012 a 2018, y el histórico triunfo electoral de la izquierda hoy en el poder, se queda sin factibilidad alguna la posibilidad de que las siglas políticas sean la vía para acoplar las exigencias populares con la eficacia de los gobernantes. El insufrible lapso del autoritarismo con cleptocracia y mitomanía inicio en 1929 con la creación del Partido Nacional Revolucionario y actualmente presenta la continuidad con el dominio del Movimiento Regeneración Nacional.
Nunca desde hace casi un siglo han existido razones para celebrar el hecho de tener los gobiernos que hemos padecido. La inseguridad, los agravios, la pobreza extrema y el despotismo descargados sexenio tras sexenio sobre la infinita capacidad de resistencia de los mexicanos, no dan para festejos como el que encabezó López Obrador el 1 de julio en medio de sinrazones para estar dichosos, a no ser que ya nos agraden los ultrajes que, ayer como hoy, son idénticos. ¿Las coronas sobre las 120 mil víctimas de homicidios dolosos y los laureles para el que nos lleva a tal Estado fallido y aún así mantiene el ofrecimiento que hizo en campaña, de erradicar la violencia?
Más nos vale que vayamos ubicando las salidas de emergencia que no son ni están en los remodelados actos de proselitismo electoral anticipado, que nos vienen con los mismos cuentos creyendo que le hablan a una masa de imbéciles a los que sin sanarles las cicatrices están dispuestos a recibir más azotes de gobiernos rojos, azules o guindas que al mismo tiempo de flagelarnos ofertan el nirvana de los sometidos venturosos. Urge, porque no queda tiempo para la apatía, resignificar el poder ciudadano en el sentido más amplio del término.
Y quizás el problema no sea López Obrador en sí sino el modelo que retomó de mentiras, traiciones y robos que le ha resultado exitoso a los políticos desde que Plutarco Elías Calles fundó el PNR lleno de espejismos para un México que continúa al borde de abismos como aquellos que mencionó Luis Donaldo Colosio en el discurso del 6 de marzo de 1994, antes de que le costara la vida el hecho de proponer un cambio brusco en el quehacer de partidocracia y su élite parasitaria.
“¡México no quiere aventuras políticas! ¡México no quiere saltos al vacío! ¡México no quiere retrocesos a esquemas que ya estuvieron en el poder y probaron ser ineficaces! ¡México quiere democracia pero rechaza su perversión: la demagogia!”, fue lo que dijo hace casi tres décadas al pie del Monumento a la Revolución.
López Obrador en su gloria,
Es una utopía taciturna,
Igual que la vieja historia,
Del conejo que habita la luna.
Como si viajara rumbo a las ruinas del Pritanic a bordo del submarino El Titán, el Partido Revolucionario Institucional implosiona por prácticas del pasado que dijo haber desterrado y acude al oxígeno que le puedan proveer figuras como Mario López Valdez, que en 2010 traicionó al tricolor, y el Partido Sinaloense que se aferra a la candidatura de Adán Augusto López Hernández por Morena. Será el instinto de sobrevivencia, ¿pero tiene algún sentido sobrevivir así?