El poder como
potencia social

ALDEA 21

    Fue a finales de la década de los 90 del Siglo 20 cuando aparece en los Estados Unidos la publicación del libro Las 48 leyes del poder, de Robert Greene, texto que se traduce al español primero en Argentina y años después en México, un libro de cabecera para las nuevas generaciones de políticos del Siglo 21. El compendio propone leyes del poder, que son en realidad una lista de recomendaciones para asumir un comportamiento en el mundo de la política y una serie de ejemplos de decisiones para alcanzar, según se entiende, “el poder” en tus relaciones profesionales y de convivencia en la sociedad.

    Esta publicación, que ya es un clásico, se ha convertido en una especie de manual para asesorar a políticos, servidores públicos y candidatos. Sin que sea esta una práctica novedosa, en tanto se ha recurrido a otros escritos como El príncipe, de Nicolás Maquiavelo, y El arte de la guerra, de Sun Tzu, los cuales han sido utilizados para intentar establecer “reglas” no escritas en el ejercicio de la política, no sólo entre partidos políticos y gobierno, sino también en el mundo empresarial y su lucha interna por el control del poder.

    Entre las leyes que Greene plantea llama la atención la de “nunca confiar demasiado en los amigos y aprender a utilizar a los enemigos”, explica que los amigos son los primeros en traicionar y en ser presa de la envidia, mientras que un enemigo suele ser más leal pues tendrá que esforzarse para demostrarlo, por lo que si no se tiene enemigos es necesario buscárselos.

    Así, el libro que ofrece 48 leyes para conquistar y mantener poder en la política, las empresas y las calles, sugiere comportamientos tales como “buscar llamar la atención a cualquier precio”, para no perderse en el anonimato; igual recomienda que “para desarmar a su víctima, se utilice la franqueza y la generosidad”, y así compensar la hipocresía y la falsedad; o también “mostrarse como un amigo y actuar como un espía”, “aplastar por completo a su enemigo”, “no comprometerse con nadie”, “fingir candidez y mostrarse más tonto que su víctima”, “revolver las aguas para asegurar una buena pesca”, entre otras, audaces, arteras, sagaces e inescrupulosas instrucciones como el libro se describe así mismo en su contraportada.

    La primera vez que me topé con los contenidos de este libro fue en los meses previos a la sucesión gubernamental de 2005 en Sinaloa, considerado nueva “revelación de secretos” para conquistar el poder a través de la manipulación y la oculta persuasión, había cierto furor en torno al libro por parte de la comunidad de “consultores políticos”, que reconocidos más allá del mito de “asesores del quehacer de la política pública”, se les ubicaba enfrascados en una penosa labor de “servidumbre intelectual”, muchas veces más por necesidad que por vocación, aunque no tengo la menor duda de que los hay también por convicción.

    Este libro traducido en 24 idiomas, además de ser un texto muy popular entre políticos, empresarios y consultores, ha tenido influencia en nuevas generaciones, no sólo de jóvenes políticos, sino también de emprendedores que encuentran en esta compilación de premisas, una seductora orientación para lograr el “éxito” de sus proyectos.

    Sin caer en conclusiones inocentes de creer que antes de este libro la política era toda bondad, honestidad y eficacia, lo cierto es que de poco han servido estas “habilidades del poder” en nuestra clase política, pues en nada abonan al necesario y urgente desarrollo civilizatorio de la política en México y Sinaloa.

    Por el contrario, las ideas que plantea el libro se han vuelto un verdadero lastre en nuestra democracia, y no han permitido que la política brinde la oportunidad de ir construyendo de manera anticipada un futuro para nuestra sociedad, en el que se destierren las prácticas que configuran absurdamente las complejidades de la lucha por el poder en sí mismo y se privilegien propósitos originales para los cuales fueron creadas instituciones que otorgan el poder de decidir, es decir, el de orientar a la política para alcanzar los “propósitos sociales del poder” y no perderse en la “lucha por el poder” en el que se han convertido los procesos electorales y el Poder Legislativo.

    Por eso la necesidad del ejercicio de la política como medio para concertar el sentido del poder de “lo político”, o de lo que el filósofo alemán Friedrich Nietzsche entendía como “voluntad de poder”, en ese devenir mismo de la vida que nos otorga voluntad de poder porque se conquista lo que anhelamos y nos permite intentar obtener los que deseamos y dominar lo que poseemos. Pero no en el sentido individual, sino social, de una voluntad de poder colectiva, más allá del efímero concepto del poder como instrumento de privilegio y dominación frente a los demás.

    No el poder absoluto que corrompe absolutamente, sino el poder como potencia para evolucionar como sociedad, para que las estructuras institucionales que representan el poder, se tornen en el impulso de una fuerza social que represente “la voluntad de poder cambiar para mejorar”. Y no una simple, mezquina y absurda disputa electoral que mantiene a la política en un círculo colectivo de ambiciones personales.

    Hasta aquí mis reflexiones, los espero en este espacio hasta el próximo martes, descansamos el viernes. Cuídense mucho por favor.