Al grito de “¡golpistas!”, un puñado de los más extremistas que se dicen seguidores del Presidente se pusieron como fieras cuando me atreví a decir que no estaba de acuerdo con el “Quién es quién en las mentiras”. Se lanzó mal, y algo que en apariencia podía servir, se convirtió en un ejemplo perfecto de lo que los opositores a Andrés Manuel López Obrador consideran “un Gobierno de ocurrencias”. Alguien pedía abandonar masivamente el programa que conducimos Álvaro Delgado y un servidor. Decía que “tragábamos” de los donativos que se hacen en la misma plataforma de YouTube y pedía retirar los apoyos.
Independientemente de que, claro, no “tragamos”, nos sentimos profundamente agradecidos con una audiencia cada vez más inteligente que rechaza la ausencia de argumentos, privilegia la razón y tiene hambre de espacios informativos que no oculten la verdad. Me gustaría ver a los ojos a esa persona que gritaba rabiosa que no nos dieran de “tragar” solo para decirle que hemos sobrevivido amenazas peores y desde el poder por no vender lo que pensamos. Pero me gustaría verle a la cara sobre todo para decirle que ningún radical le hace bien al movimiento que milita.
Ni siquiera quiero hablar de ese grupillo de radicales “de izquierda”. Mi interés está en los otros, los que perdieron el poder y están igual o más radicalizados. Hablaba con un colega, ex compañero en el periódico Reforma, y nos decíamos con asombro que cómo pudimos ser engañados por uno de nuestros directores, ahora convertido en un rabioso con dinero de los patrones, tan parecido al peor entre ellos: a un Javier Lozano, a un Carlos Alazraki. Todo ese rencor, ¿se lo guardó durante décadas?, nos preguntábamos. Ese hombre convertido en un ultraderechista, ¿se tragó –aquí sí bien utilizado– lo que pensaba todos estos años? Qué cosas estamos viendo. El enojo es mucho.
En los últimos dos años y medio López Obrador ha utilizado mucho una frase: “nunca más”. Se refiere a que “nunca más” vuelvan los “conservadores” al poder; a que “nunca más” se ordenen masacres desde el Estado; “nunca más” podrán revertirse las reformas sociales que ha emprendido y que “nunca más” se vuelva a poner el patrimonio de los mexicanos en manos de los privados. Pero ese “nunca más” no es nunca más. Nadie puede asegurar que “nunca más”.
Para desgracia de muchos, ese “nunca más” no es una garantía de que no vuelvan. No es un certificado. La historia nos dice que la gravedad se impone y todos los procesos sociales tienden a revertirse. Es el péndulo. El reto es que, en su regreso, el mentado péndulo no arrase con todo en su camino.
Algunos creen que un movimiento moderado del péndulo hacia el centro estaría garantizado con alguien como Marcelo Ebrard. Otros afirman que lo mejor es mover el péndulo más a la izquierda con Claudia Sheinbaum, la más cercana al pensamiento de López Obrador. Son distintos enfoques. Lo que digo es que el “nunca más” no garantiza que la derecha no regrese al poder en este sufrido país, porque hay muchos que están dispuestos a todo y le pondrán dinero y recurrirán a tretas ya conocidas para que el electorado cambie de parecer. Quieren regresar al poder y eso es legítimo; lo ilegítimo es de qué manera y a qué: a desconocer que la gente quiere el fin de la desigualdad; a desconocer que urge acabar con la corrupción, el saqueo, el reparto vergonzoso y en lo oscurito de los bienes nacionales. Quizás en seis años López Obrador apenas logre borrarle una manchita al tigre, pero de que fue electo para revertir la tendencia del liberalismo económico, eso nadie lo puede negar.
Lo que a México le conviene es realizar cambios profundos que reviertan la desigualdad, que combatan la pobreza y que abran oportunidades para todos y no estar sujeto a los intereses de grupillos rabiosos que quisieran ganar por ganar, más que triunfar para construir. En ese sentido, creo, lo más conveniente es levantar alternativas para que el discurso público no sea secuestrado por radicales, como los que los hay de un bando y otro.
Lo mejor es permitir que fluyan las ideas; estar informados para decidir con cabeza fría y -diría el clásico- el corazón caliente. Sí somos muchos los que no queremos nunca más el reparto entre pocos, pero no basta con gritarlo para que sea realidad. Lo que permite que la sociedad evolucione es que se informe, discuta, acepte dialogar y, con criterios claros, se plantee lo que es mejor para México. La rabia no construye. La rabia no razona.
La única manera de no permitir que el péndulo dé un viraje violento hacia la peor de las derechas (la radical) es razonando, entendiendo, informándose y dialogando. Los que razonan y construyen argumentos no se ganarán el reino de los cielos, pero sí una Patria mejor y para ser mejor, es necesario alejarla de los más radicales que, por fortuna, son los menos. De un lado y de otro, pero son los menos aunque parezcan más.