El parque nos pertenece, también la política

    Las grandes transformaciones no empiezan en los palacios de gobierno, sino en lugares pequeños. En un parque, en una sala de estar, en una conversación entre amigos. Ahí es donde la política despierta, donde la gente empieza a creer que tiene derecho a imaginar un país distinto.

    Eran apenas unos cuantos, pero parecían muchos más. Estaban reunidos en el parque, entre los árboles y los juegos infantiles, entre risas y canciones, como si aquel rincón verde de la ciudad fuera una plaza pública de otra época. No traían pancartas ni discursos, pero sus palabras iban tejiendo algo más poderoso que cualquier proclama oficial: la sensación de que la política no es un asunto exclusivo de quienes hablan en las tribunas de los congresos o en balcones de palacios.

    Se miraban entre ellos con complicidad, como si en ese pequeño espacio se estuviera gestando algo grande. No eran políticos profesionales, ni líderes de alguna organización sindical con siglas y oficinas, sino ciudadanas y ciudadanos de a pie, los mismos que cada día cruzan la ciudad entre el tráfico y las prisas, los que pagan impuestos sin recibir explicaciones, los que votan y luego ven cómo otros deciden por ellos.

    Sin darse cuenta, habían recuperado la política en su forma más pura: la de la conversación, la del encuentro, la de imaginar juntos lo que podría ser distinto.

    Las política no es ajena

    Nos han enseñado a mirar la política como algo lejano, inaccesible, casi reservado a una élite que habla un idioma distinto. La vemos en la televisión, en los periódicos, en las redes sociales llenas de frases y promesas recicladas. Los mismos nombres, los mismos rostros, los mismos discursos que se repiten como un eco.

    Mientras tanto, en la calle, en los barrios, en las casas, la gente vive una realidad que rara vez aparece en los discursos oficiales. Nos hicieron creer que gobernar es tan complicado que solo unos pocos pueden hacerlo.

    Pero ¿qué pasaría si entendiéramos que la política no empieza en los congresos ni en los mítines, sino en las conversaciones cotidianas? En la charla con el vecino sobre la falta de agua, en la preocupación compartida por la inseguridad, en la indignación por los hospitales sin medicinas y las escuelas sin maestros. La política no es otra cosa que el arte de organizarnos para mejorar nuestra vida en común.

    Lenguaje y poder

    Quienes han hecho de la política su profesión saben que el lenguaje es poder. No basta con administrar el dinero público y las leyes, también han aprendido a construir un idioma que excluye a los demás. Pronuncian frases diseñadas para sonar importantes sin decir nada.

    Pero la verdadera política no está en oficinas cerradas ni en los discursos ensayados. Está en la capacidad de hablar y ser escuchado. Y ese derecho no debería depender de saber usar el lenguaje del poder, sino de algo mucho más simple: ser parte de la comunidad.

    Recuperar la política,
    recuperar el futuro

    Aquel grupo en el parque no hablaba de estrategias ni de elecciones. Hablaban de sus hijos, de los trabajos que escasean, de las calles que se inundan cada año. Pero sin darse cuenta, estaban haciendo algo que el poder teme: estaban construyendo comunidad.

    Porque la política, en su esencia, es el acto de decidir juntos. Y cada vez que un grupo de personas se reúne para imaginar un futuro diferente, está desafiando la idea de que solo unos pocos pueden tomar decisiones por todos.

    Las grandes transformaciones no empiezan en los palacios de gobierno, sino en lugares pequeños. En un parque, en una sala de estar, en una conversación entre amigos. Ahí es donde la política despierta, donde la gente empieza a creer que tiene derecho a imaginar un país distinto.

    El poder en manos ciudadanas

    La tarde llegaba a su fin y ellos seguían allí, bajo la escasa luz del atardecer, como si no quisieran que ese momento terminara. En sus ojos no había cinismo ni resignación, solo la certeza de que algo estaba cambiando, aunque fuera en lo más pequeño.

    Pensé en cuántas veces se ha dicho que el mundo y la política son así y no pueden ser de otra forma. Que la política es cosa de expertos, que los ciudadanos solo pueden mirar desde lejos.

    Pero al observarles entendí que esa es la gran mentira del poder. La política no pertenece a los que han hecho carrera en ella. La política es nuestra, de quienes vivimos sus consecuencias todos los días.

    Hay una verdad que aterra a quienes hoy ejercen el poder político: si un grupo de personas puede recuperar la política en un parque, entonces puede recuperarla en toda una ciudad, en todo un país.

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    El autor es especialista en materia político-electoral, comunicación política e innovación

    @RobertHeycherMx

    Animal Político / @Pajaropolitico