Las repercusiones del abuso de drogas, tanto legales como ilegales, en la salud son profundas. Desde el punto de vista social, tanto las drogas farmacéuticas como las ilícitas generan un alto costo.

    El negocio de las drogas, tanto legales como ilegales, tiene una enorme influencia en la sociedad contemporánea, y aunque las drogas farmacéuticas y las ilícitas (relacionadas con el narcotráfico) provienen de contextos diferentes, ambas comparten una serie de efectos nocivos sobre la salud humana y el tejido social.

    Las drogas farmacéuticas son sustancias desarrolladas para prevenir, tratar o mitigar enfermedades y síntomas. Su uso está regulado por organismos internacionales y nacionales, como la Cofepris en México, la FDA en Estados Unidos o la EMA en Europa, que supervisan la seguridad y eficacia de estos fármacos a través de estrictos (en teoría) ensayos clínicos. Sin embargo, pese a sus fines terapéuticos, algunas drogas farmacéuticas tienen un alto potencial de abuso y pueden generar dependencia. Por otro lado, las drogas ilícitas, como la cocaína, heroína, metanfetaminas y marihuana en ciertos contextos, carecen de regulación legal y se distribuyen a través de redes de narcotráfico.

    En cuanto a la adicción, tanto las farmacéuticas como las redes de narcotráfico implementan estrategias que, directa o indirectamente, fomentan el uso continuo de sus productos. En el caso de las farmacéuticas, se han identificado prácticas éticamente cuestionables, como la promoción agresiva de opioides para el dolor crónico, minimizando sus riesgos de adicción. Empresas como Purdue Pharma, fabricante de OxyContin, han sido acusadas de campañas de marketing engañosas que contribuyeron al desarrollo de la crisis de opioides en EE.UU. Estas estrategias incluyen la promoción directa a médicos, incentivándolos a recetar estos medicamentos con una frecuencia mayor a la necesaria. Por su parte, las redes de narcotráfico también diseñan sus operaciones para maximizar la adicción, ajustando la pureza y el precio de las sustancias ilegales para asegurar un mercado estable y en crecimiento. Además, la criminalización del consumo, en lugar de ofrecer apoyo terapéutico, perpetúa el ciclo de abuso y dependencia.

    Las repercusiones del abuso de drogas, tanto legales como ilegales, en la salud son profundas. Desde el punto de vista social, tanto las drogas farmacéuticas como las ilícitas generan un alto costo. En México, algunos de los medicamentos de uso controlado que generan mayor número de adicciones incluyen las benzodiacepinas, los opioides, los estimulantes, los analgésicos narcóticos y los barbitúricos. Las benzodiacepinas, como el clonazepam, diazepam y alprazolam (comercialmente conocidos como Rivotril, Valium o Xanax), son comúnmente recetadas para tratar la ansiedad, el insomnio y muchos otros “trastornos”, pero su uso prolongado puede generar dependencia física y psicológica. Por otro lado, los opioides como la morfina, oxicodona y tramadol, que se emplean principalmente para el manejo del dolor, también tienen un alto potencial de abuso debido a sus efectos eufóricos y la dependencia que provocan. Los estimulantes, como el metilfenidato (Ritalin o Concerta), utilizados en el tratamiento del Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH), pueden generar adicción cuando se utilizan o prescriben de manera incorrecta. Asimismo, los analgésicos narcóticos, que incluyen medicamentos combinados con codeína, son objeto de abuso por sus propiedades sedantes. Aunque su uso ha disminuido con los años debido a la disponibilidad de medicamentos más seguros, los barbitúricos, empleados para tratar la ansiedad y los trastornos del sueño, siguen siendo un problema en términos de dependencia para algunos pacientes.

    A nivel comunitario, el narcotráfico ha alimentado la violencia, la corrupción y la desestabilización en diversas regiones del mundo, especialmente en América Latina, donde carteles y organizaciones criminales controlan grandes partes del territorio y recursos. Por otro lado, el negocio de las drogas legales, particularmente el impulsado por las grandes farmacéuticas, afecta profundamente a la sociedad al fomentar la dependencia de medicamentos que, si bien pueden ser necesarios para tratar ciertas condiciones, son promovidos de manera agresiva y a menudo con poca consideración por sus efectos adictivos. La crisis de opioides en países como Estados Unidos es un claro ejemplo de cómo la comercialización irresponsable ha contribuido al aumento de adicciones, sobredosis y muertes, sobrecargando los sistemas de salud y generando una crisis de salud pública. Además, esta dinámica refuerza desigualdades sociales, ya que las poblaciones más vulnerables, sin acceso a alternativas de tratamiento o atención médica integral, son las más afectadas. Las farmacéuticas, al priorizar el beneficio económico sobre el bienestar colectivo, erosionan la confianza en el sistema de salud y exacerban los problemas sociales vinculados a la adicción y la dependencia.

    Tanto las drogas farmacéuticas como las ilícitas juegan un papel importante en el deterioro de la salud y el bienestar social. Aunque tienen orígenes y propósitos diferentes, ambas pueden llevar a la adicción, al abuso, y la muerte, con efectos devastadores en la vida de las personas y en la sociedad en su conjunto. El enfoque punitivo y la falta de control han demostrado ser insuficientes y contraproducentes. Es necesario replantear las políticas de manera que prioricen el bienestar de la población, abordando las desigualdades sociales, la falta de acceso a tratamientos adecuados y las vulnerabilidades que generan dependencia.

    Al adoptar políticas que promuevan una vida sana en todos los niveles (alimenticio, físico y mental), se reduce la demanda de sustancias adictivas, legales o ilegales. La creación de comunidades más saludables y resilientes disminuye la necesidad de recurrir a drogas como una forma de escape o solución rápida a problemas de salud física y mental, y a su vez, alinea la salud pública con el desarrollo sostenible y la justicia social. Un sistema de salud pública que promueva una vida sana y que garantice el acceso equitativo a alimentos saludables, tratamiento psicológico y alternativas no farmacológicas puede reducir la dependencia de sustancias y fomentar una sociedad más justa, sana y cohesionada.

    -

    alberto.kousuke@uas.edu.mx