El muro militar emotivo

    El muro militar emotivo neutraliza la deliberación pública y crítica respecto al rol de las Fuerzas Armadas, y desmonta estructuralmente los controles democráticos formales (a cargo del Estado mismo) e informales (a cargo de la sociedad). El efecto es uno: hagan lo que hagan las instituciones castrenses, en la práctica, están por encima de la obligación de justificar sus actos.

    No es un muro de ladrillos, es un muro de emociones. La relación entre la parte civil y la parte militar de nuestra sociedad está mediada por emociones que han sido moldeadas a través de la historia.

    Todos los días el Estado invierte en esta dimensión subjetiva a través de mensajes que buscan precisamente eso: provocar cierto tipo de emociones.

    El texto recién publicado por Claudio Escandón, estudiante de Historia en la Ibero CDMX que hizo su Servicio Social en el Programa de Seguridad Ciudadana, nos enseña la enorme relevancia que tiene esto para las Fuerzas Armadas, en particular para la Sedena, produciendo sin parar contenidos de propaganda a favor de la Guardia Nacional.

    El texto es imperdible y nos recuerda, de entrada, que “tanto la publicidad como la propaganda, debido a su poder persuasivo, están imbuidas de relaciones de poder, otorgándoles un carácter ideológico independientemente de su origen o medio de difusión... La combinación de imágenes, descripciones y eslóganes evidencian la intención de persuadir a la ciudadanía... Tras el análisis es posible confirmar que su estrategia publicitaria tiene como meta la aprobación de la GN como institución de seguridad...”.

    Este texto se publica mientras avanza la aprobación de la reforma constitucional que entregará la Guardia Nacional a la Sedena, al tiempo que desmontará las restricciones para que las Fuerzas Armadas intervengan en aquello que la Presidencia ordene, sea cual sea la función pública de que se trate. Se consumará así la formalización no sólo de la militarización de la seguridad pública, sino del soporte ideológico militarista que hace parte de los pilares que sostienen y dan sentido a esta nueva etapa del sistema político mexicano.

    Esta vez me interesa enfocar la reflexión en lo que he llamado el muro militar emotivo, mismo que neutraliza la deliberación pública y crítica respecto al rol de las Fuerzas Armadas.

    Estamos estudiando desde diversas disciplinas cómo se ha construido este vacío crítico en nuestra democracia; cómo se moldeó y moldea una relación donde ellas están por encima de cualquier otra institución, si de exigirles rendición de cuentas se trata; cómo se consolidó un sistema político donde la llamada clase política civil prefiere, en su abrumadora mayoría, evadir cualquier posible confrontación con los mandos militares, tal como me confirmaron apenas cuatro personas que han pasado por el Congreso de la Unión, quienes, siendo cada una de un partido político diferente, coinciden en la imposibilidad de que la función legislativa sea contrapeso del quehacer militar a través de tareas de auténtica fiscalización.

    Los relatos incluyen dos anclajes emotivos principalmente: respeto y miedo. Se falta al respeto a las Fuerzas Armadas cuando se les cuestiona, me explican; o bien, domina el miedo a enfrentar consecuencias ante el poder político armado que ellas representan, en particular habida cuenta de que la evidencia confirma un conflicto histórico con los derechos humanos que ha incluido atacar a la disidencia política, sin consecuencias formales propias de un Estado de derecho.

    Mi memoria respecto a lo que aprendí en la primaria y la secundaria me confirma que somos expuestos a un relato que, desde muy temprana edad, busca convencernos de que las Fuerzas Armadas defienden los más altos valores de nuestra sociedad y son impolutas. El eje del relato oficial es visibilizar virtudes e invisibilizar defectos, llevando a las instituciones militares a una dimensión aparte del mundo civil, que es donde, en cambio, sí están los defectos.

    El muro militar emotivo busca abarcar a la sociedad entera a través de una descomunal inversión en la construcción de imágenes que proyectan un orden perfectamente disciplinado que, como tal, según el relato, no admite fallas. Las recientes imágenes del presidente y la presidenta electa en el H. Colegio Militar, más el desfile del lunes pasado, son prueba suficiente de la prioridad que tiene el Estado para recordárnoslo.

    Si alguien piensa que esta discusión es lejana a la realidad, piénselo mejor, porque es todo lo contrario. El muro emotivo desmonta estructuralmente los controles democráticos sobre las Fuerzas Armadas, tanto los formales a cargo del Estado mismo, como los informales a cargo de la sociedad. Entonces el efecto es uno: hagan lo que hagan las instituciones castrenses, en la práctica, están por encima de la obligación de justificar sus actos.

    Puede haber rituales que hacen parecer lo contrario, pero de facto no es así, por ejemplo, cuando desde Sinaloa un mando de la Sedena informa que la reducción de la violencia entre grupos armados es responsabilidad de ellos mismos, no de la institución a la que representa y, más allá de un escándalo momentáneo, no pasa absolutamente nada que se parezca a la rendición de cuentas.

    Vaya problema que tenemos.