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@rodolfodiazf
La soledad es un elemento esencial en nuestra vida, sin embargo, no todos solemos valorar esos gratificantes momentos de intimidad. Lógicamente, no se habla de una soledad impuesta, sino de una soledad buscada. La soledad obligada despersonaliza, angustia y deprime; en cambio, la soledad que se persigue es bálsamo que alivia, brisa que acaricia, alimento que nutre y fortalece.
En nuestra sociedad permea cada vez más la soledad impuesta. Los adultos mayores añoran el cariño y contacto de los amigos y seres queridos; con frecuencia son excluidos del roce social y confinados a un disimulado ostracismo. Por eso, se teme a la soledad.
Es cierto que los seres humanos habitan ahora en grandes ciudades, rodeados por multitud de congéneres; empero, pueden vivir apretados como en una lata de sardinas y morir de soledad. La convivencia no surge del contacto codo a codo, sino del diálogo, amor, comunicación, empatía y preocupación.
El escritor Ernesto Sábato constató esta imposición de la soledad: “Cuando multitud de seres humanos pululan por las calles de las grandes ciudades sin que nadie los llame por su nombre, sin saber de qué historia son parte, o hacia dónde se dirigen, el hombre pierde el vínculo ante el cual sucede su existencia. Ya no vive delante de la gente de su pueblo, de sus vecinos, de su Dios, sino angustiosamente perdido en multitudes cuyos valores no conoce, o cuya historia apenas comparte”.
Mucho tiempo antes, en 1835, Alexis de Tocqueville señaló: “el lazo de los afectos humanos se distiende y afloja...; se olvida fácilmente a los que nos han precedido, y no se tiene para nada en cuenta a los que nos han de suceder... Se miran con indiferencia, como extraños ante sí”.
¿Temo a la soledad? ¿Vivo una soledad impuesta?