Esta semana circuló una noticia que a algunos nos puso los pelos de punta. No daré muchos detalles del caso para no hacerle el caldo gordo al sensacionalismo. De cualquier forma, le advierto que lo que sigue a continuación es extremadamente desagradable.
Hurgando en los contenedores, un preso del penal de San Miguel dio con un hallazgo macabro: entre los restos de basura descubrió un niño muerto que, al parecer, no rebasaba los tres meses de edad. El cuerpecito tenía una cicatriz en el abdomen, que le dejó una operación de vesícula.
Las autoridades penitenciarias no registraron el momento que el bebé ingresó al penal. Tampoco saben quién lo introdujo. Desconocen si llegó vivo o muerto, o quién lo depositó en el contenedor. Intuyen que lo utilizaron como “mula” para introducir droga al penal. De los muchos vacíos que aún existen en torno al caso, lo más parecido a una certeza -y eso porque la organización Reinserta, aportó el dato- es que el bebé fue secuestrado en la ciudad de México.
Otras cosas no dejan lugar a dudas: hay una clara trama de corrupción interna en el penal, los sistemas para la protección al menor hacen aguas por todos lados, las autoridades estatales exhiben la misma ineptitud que han mostrado en otras situaciones y que, el caso del bebé de la cicatriz en el contenedor puede ser calificado como un acto malvado.
Aclaro que en este breve espacio me será imposible bajar hasta el subsuelo social, legal, psicológico, moral que nos permitan comprender las razones que condujeron a actuar de esa manera a todas y todos los implicados en esta tétrica trama. Por tanto, le aviso que esta será la primera entrega de tres o cuatro que haré de la mano de un filósofo del que hablé aquí mismo, hace cosa de cuatro o cinco años. Por respeto a la dignidad del bebé difunto encontrado en el penal, me valdré de otro caso que cabría en la categoría “monstruosamente malvado”.
A finales del año pasado, en este mismo espacio, escribí sobre el hallazgo de diez cuerpos que fueron colgados en un puente a las afueras de Zacatecas. El análisis forense indicó que todos los difuntos tenían huellas de una tortura infligida minutos antes de haber sido colgados.
Por favor no piense en la escena del puente. Piense en las motivaciones de los torturadores, los cuales, seguramente, fueron también los asesinos. ¿Qué les condujo a actuar de esa manera?
Entender las razones que condujeron a esas personas a llevar a cabo la salvajada que cometieron no justifica el hecho, ni les salva de ser objeto de algún tipo de juicio, sea moral, religioso o judicial. Con todo, es mejor entender qué les llevó a actuar así para ir descubriendo, por decirlo de esta manera, las fuentes del mal. Me explico.
En su libro Sobre el mal, Terry Eagleton señala que “la acción malvada está fuera del alcance de todo entendimiento. El mal es ininteligible. Es algo único en sí mismo. [...] No hay contexto alguno que lo haga explicable”. Volvamos a la barbaridad cometida por los sicarios. Un acto así de torcido nos parece absolutamente malvado porque, como dice Eagleton, “cuanto menos sentido tiene, más malvado es”.
La imposibilidad de poder entender qué lleva a una persona torturar a otra y luego irla a colgar a un puente, como dice nuestro autor, parece dejar claro que “el mal no guarda relación con nada que esté más allá de sí mismo, ni siquiera, por ejemplo, con una causa. De hecho, la palabra ha pasado a significar ‘sin causa’. [...] Se concibe como algo carente de causa o algo que es su propia causa”.
¿Esto quiere decir que el mal que habita en el corazón y se expresa en las acciones de las personas, no proviene de algún lado? ¿Los sicarios son malvados porque son malos, del mismo modo que pueden ser gordos, flacos, morenos o rubios? ¿Son congénitamente malos?
A mi abuela Adelina varias veces le escuché decir que había gente mala, de mala entraña, “cabrona”, “sin remedio”, porque “la maldad les viene en la sangre”. Nunca le pude ganar esa discusión -si acaso un par de todas las que tuvimos, y eso porque yo me declaraba vencedor en el alegato-, pero tampoco me convenció, porque siempre pensé que si las personas “naciéramos malas”, entonces cualquier cosa que hagamos, automáticamente, sería válida, moralmente aceptable porque no tendríamos otra forma de actuar, porque nacimos programados para ello. Tal como lo entendía mi abuela, “los malos de sangre” no pueden actuar movidos por el bien, porque “no está en su genética”. Visto lo visto, habría que buscarle por otro lado.
Algo similar podría suceder en el caso de las causas que empujan a una persona a actuar de una manera malvada. Quizá alguno de esos sicarios, por muchas razones, pudo haber sido obligado a formar parte de las filas del cártel, donde cualquier insubordinación se paga con la vida. Probablemente algunos de los que estuvo en el puente zacatecano sufre mucho cada vez que tiene que torturar o matar a alguien, pero lo sigue haciendo “porque no le queda más remedio”. Este segundo ejemplo tampoco explica por qué el mal, como dice Eagleton, no tiene una causa clara.
Lo mismo pasaría en el caso de una persona que padece de sus facultades mentales, está completamente drogado, medicado o poseído por un espíritu demoníaco. Quien se encuentra fuera de sus cabales puede llegar a cometer una barbaridad como la vista en Zacatecas, sin sentir remordimiento alguno porque su cabeza “está en otro lado”.
Pero, ¿qué pasa cuando la persona, estando en sus cabales, decide actuar de manera malvada? La historia está llena de ejemplos de personajes que han decidido abrazar el mal, haciendo, como decía Sartre, “el mal por el mal”.
Ante una situación de estas, ¿qué tipo de mal encarna quien actúa malvadamente por voluntad propia? Como advertí líneas arriba, no podría responder en esta entrega una pregunta tan compleja, lo cual no quiere decir que no vaya a intentarlo en los próximas tres o cuatro domingos que vienen.
Y por no dejar, van unas cuantas preguntas al margen: ¿Por qué extraña tanto que López Obrador haya pagado por sus favores a la ex Gobernadora de Sonora y a los ex gobernadores de Sinaloa y Campeche, proponiéndolos para ser parte de la cancillería en el extranjero? ¿Por qué debe resultar extraño que Pedro Salmerón, acusado en reiteradas ocasiones por acoso sexual, también fuera propuesto por AMLO para ocupar la embajada mexicana en Panamá? ¿No ha quedado claro que López Obrador no se mueve por principios éticos, sino por el cálculo que genera réditos políticos?