Si nos toma por sorpresa el ladrido de un perro es normal que nos asustemos. Cuando ya estamos familiarizados con alguno será fácil identificar si su ladrido es para alertar, jugar, por estrés o aburrimiento. A veces no serán ladridos en sí, pero emitirá gruñidos, aullidos o gemidos.
El etólogo Tamás Faragó dijo: “Los ladridos que emite un perro cuando quiere jugar son distintos a los que produce cuando protege un hueso de otro can e incluso cuando trata de asustar a un extraño”.
Los literatos, sin profundizar demasiado en el comportamiento animal, aluden a los perros en algunos de sus relatos para explicar la conducta humana. Truman Capote, por ejemplo, escribió unos textos casi autobiográficos que tituló “Los perros ladran”, en donde pergeñó algunos acontecimientos de su vida: “un mapa en prosa, una geografía escrita de mi vida desde 1942 hasta 1972”.
Juan Rulfo, en “El llano en llamas”, escribió que dos campesinos trataban de llegar al pueblo de Tonaya: “Ya debemos estar llegando a ese pueblo, Ignacio. Tú que llevas las orejas de fuera, fíjate a ver si no oyes ladrar los perros. Lo que pasa es que ya es muy noche y han de haber apagado la luz en el pueblo. Pero al menos debías de oír si ladran los perros. Haz por oír”.
Cuando llegaron escucharon el ladrido de los perros: “¿Y tú no los oías, Ignacio? No me ayudaste ni siquiera con esta esperanza”.
Miguel de Cervantes no escribió una frase que comúnmente se adjudica a Don Quijote de la Mancha, en donde exhortó a ignorar malévolos comentarios: “Ladran, Sancho, señal que cabalgamos”. En cambio, Goethe escribió un poema titulado “Ladran”, en el que dijo: “ladran con fuerza… sólo son señal de que cabalgamos”.
¿Ignoro los malévolos ladridos?