En la compleja arena de la política mexicana, las elecciones de 2024 dejaron al descubierto un fenómeno que, aunque conocido, ha adquirido nuevas dimensiones: la sobrerrepresentación legislativa. Sin embargo, esta vez, el impacto no sólo provino de las reglas del sistema electoral, sino también de la estrategia de partidos como Movimiento Ciudadano, que al escindir sus votos de la Oposición, alteraron el balance en al menos 40 distritos clave. ¿Qué significa esto para el futuro político de México, especialmente con miras a 2027? La respuesta yace en la intersección entre estrategia política, arquitectura electoral y la naturaleza misma de la democracia.
Fragmentación: la paradoja de las opciones múltiples
El voto es la voz del ciudadano, pero en un sistema donde las reglas del juego electoral favorecen a los partidos mayoritarios, esta voz puede diluirse en un eco que, lejos de fortalecer la pluralidad, termina reforzando a las fuerzas dominantes. En 2024, Movimiento Ciudadano, con su decisión de ir solo, jugó un papel crucial en este fenómeno. Al captar un porcentaje significativo del voto opositor, debilitó las posibilidades de una coalición unificada que pudiera desafiar al oficialismo.
Esto no es un simple error de cálculo: es un recordatorio de cómo las dinámicas de fragmentación pueden tener consecuencias estructurales. En más de 40 distritos, la división del voto entre MC y los partidos tradicionales de oposición permitió que Morena ganara con márgenes que, en otros escenarios, habrían sido insuficientes.
Así, lo que debería ser un sistema que promueve la representación de diversas voces termina funcionando como un mecanismo que amplifica el poder de una sola.
Sobrerrepresentación: el fantasma en el Congreso
La sobrerrepresentación, permitida por las reglas electorales mexicanas, exacerba este desequilibrio. En teoría, el límite del 8 por ciento debería garantizar que los partidos no concentren un poder desproporcionado respecto al voto popular. En la práctica, las coaliciones electorales han encontrado formas de eludir este límite, otorgando al oficialismo una mayoría legislativa artificial que erosiona la pluralidad política.
El problema no radica solo en la ventaja numérica, sino en las implicaciones para la gobernanza democrática. Un Congreso sobrerrepresentado no fomenta el consenso ni la deliberación; se convierte, más bien, en una extensión del Ejecutivo, anulando los contrapesos que son esenciales para la democracia. Esto ya lo hemos visto en las reformas impulsadas por Morena y sus aliados, donde las decisiones no solo se toman sin oposición efectiva, sino que se presentan como un mandato absoluto derivado de una supuesta voluntad popular homogénea.
2027: el horizonte de una nueva encrucijada
Con la mirada puesta en las elecciones de 2027, el panorama no parece más alentador. Si las reglas actuales persisten y los partidos de oposición no logran superar sus diferencias, podríamos estar ante un escenario similar o incluso más grave. La fragmentación del voto seguirá siendo un factor determinante, y la sobrerrepresentación continuará distorsionando la voluntad popular.
El papel de MC, en este contexto, será crucial. ¿Repetirá su estrategia de 2024, priorizando su identidad política por encima de una alianza más amplia? Estas decisiones no solo afectarán los resultados electorales, sino también la percepción ciudadana de la legitimidad del sistema democrático.
Más allá de las reglas: la esencia de la democracia
La democracia no es solo una cuestión de procedimientos; es, ante todo, un pacto social basado en la equidad, la representación y el respeto a la diversidad de voces. Cuando las reglas del sistema electoral permiten o incluso fomentan la concentración del poder, ese pacto se rompe. No se trata únicamente de corregir las fallas técnicas del sistema -como el límite de sobrerrepresentación o la regulación de las coaliciones-, sino de reconstruir una cultura política que valore el diálogo y el consenso por encima de la imposición.
Aquí radica el desafío para 2027. No es suficiente ajustar las estrategias electorales o las normas legales; es necesario replantear la relación entre los actores políticos y los ciudadanos. El electorado mexicano, a menudo reducido a un objeto de estrategias partidistas, debe recuperar su papel como el verdadero protagonista de la democracia. Esto requiere partidos que no solo compitan por el poder, sino que también ofrezcan visiones claras, incluyentes y viables para el futuro del país.
La fragmentación y la sobrerrepresentación no son problemas aislados; son síntomas de un sistema que necesita una renovación profunda. En 2027, México tendrá otra oportunidad para demostrar que su democracia no es solo una fachada, sino un proceso vivo que se adapta y responde a los desafíos de su tiempo. Esto dependerá no solo de los partidos políticos, sino de una ciudadanía que exija un cambio real, que cuestione las estrategias divisorias y que valore el poder de la unidad en la diversidad.
El futuro de la democracia mexicana no está escrito, pero cada elección es un capítulo que define su rumbo. La historia reciente nos enseña que las mayorías absolutas, especialmente las construidas sobre las fisuras de la oposición, no siempre representan un mandato legítimo. Es hora de aprender esa lección y de trabajar juntos para construir un sistema que, más que ganador de votos, sea garante de derechos y equidad.