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Dentro de mi paso como estudiante de la Escuela de Contabilidad y Administración de la Universidad Autónoma de Sinaloa, generación 68-73, tuve la fortuna de contar con una buena planta de maestros. Entre buenos y malos, el saldo fue positivo, y por supuesto, algunos, quedaron registrados en la memoria de los inolvidables, entre ellos, el abogado Marco César García Salcido, quien con 91 años de edad, recién cumplió con su fructífero ciclo de vida.
El maestro Marco César, con gran pasión, nos impartía clases sobre los fundamentos del derecho constitucional e invariablemente, los últimos quince minutos de sus sesiones, los dedicaba a hablarnos de valores o a leernos pasajes de libros sobre dicha temática, siendo sus favoritos El hombre mediocre y las Fuerzas morales, del filósofo argentino José Ingenieros.
En el año 2014, el periodista e historiador Teodosio Navidad, en el periódico La oz del Norte, comenta que García Salcido fue alumno y seguidor del ilustre José Vasconcelos y que, en la Escuela de Derecho de la UAS, tuvo maestros de la talla de Miguel Buelna Tenorio, Clemente Vizcarra, Raúl Valenzuela Lugo, Rodolfo Monjaraz Buelna, Juan M. Zambada, José Antonio Sánchez Rojo, Juan Duarte y Francisco Gil Ontiveros.
Teodosio Navidad, también agregó lo siguiente: “Marco César participó en periodismo y política: ha sido uno de los más brillantes oradores sinaloenses. No se enriqueció, no obstante haber sido Rector, Notario Público y regidor del Ayuntamiento de Culiacán; a contrario sensu, es hombre de servicio, justo y honesto”.
Don Marco César García Salcido, con su reconocida labor docente y su no menos valioso ejercicio profesional, a pulso y sin ambages, se ha ganado un lugar dentro de la memoria de miles de alumnos que lo tuvimos como maestro. Descanse en paz, tan querido personaje.
Y de los buenos recuerdos, me pasó al tema del Instituto Nacional Electoral, cuya autonomía y solidez está en juego, en virtud de los efectos que puede acarrearle la eventual aprobación legislativa del llamado Plan B, propuesto por el Presidente Andrés López Obrador, salido de sus entrañas, como producto de los resultados del 2006 que no le fueron favorables por un pequeñísimo margen, más menos del tamaño que le acaba dar el triunfo a Lula da Silva, en una segunda vuelta.
Ciertamente, el resultado de López Obrador fue muy controvertido, y desgraciadamente, el entonces Instituto Federal Electoral, avalado por el Poder Legislativo, optó por quemar, de manera anticipada, la papelería electoral.
En el 2014, empujado por las propias fuerzas políticas y con la intención de sepultar las viejas fallas en los procesos electorales, surge el Instituto Nacional Electoral, entidad que asume las funciones del Instituto Federal Electoral, bajo nuevos criterios de organización y operación, lo cual no ha sido suficiente para que López Obrador apague sus viejos resquemores en contra del árbitro electoral, de tal suerte, que su actitud, es parecida a la de aquellos que muerto su enemigo, continúa su tirria en contra de sus descendientes.
El INE, así como condiciones equitativas en el reparto de subsidios y tiempos en medios oficiales, la prohibición de que funcionarios públicos y representantes populares se involucren en los procesos electorales, han sido producto de largas luchas políticas, dentro de las cuales, también ha estado involucrado el Presidente de la República, y hoy, de manera inaudita, pretende darle para atrás a todo lo logrado, con el llamado Plan B de la reforma electoral.
Soy de los convencidos de que el INE es perfectible, pero en total desacuerdo de que se le asfixie financieramente; que se vulnere su autonomía y que se pretenda darle presencia activa en los procesos electorales a funcionarios de gobierno y representantes populares.
El INE sí se toca, y se vale, pero siempre y cuando esto no implique un contradictorio salto pa’tras. ¡Buenos días!