Ingmar Bergman, genial director de cine sueco, popularizó en 1977 la metáfora de “El huevo de la serpiente” con la película del mismo nombre. En ella, el Dr. Vergerus, un personaje de la trama, situada en Berlín durante el ascenso de Hitler al poder en los años 20 del siglo pasado, dice: “Cualquiera puede ver el futuro, es como un huevo de la serpiente. A través de la fina membrana se puede distinguir el reptil ya formado”.
“El huevo de la serpiente” es la metáfora con la que en una multitud de textos académicos, políticos y periodísticos se habla del inicio de regímenes o formas de gobierno fascistas. Es decir, de regímenes totalitarios, donde, entre otras cosas, la mentira sistemática y delirante alimenta el discurso de sus dirigentes para establecer un orden que paulatinamente va eliminado libertades democráticas, culpando siempre a grupos minoritarios de los males de la sociedad, exaltando el ultranacionalismo y, en apariencia, buscando beneficiar a las grandes mayorías, pero que, en realidad, favorece a las oligarquías.
Hoy en día, esa amenaza la representa, más que nadie, Donald Trump. ¡Quién dijera que en Estados Unidos, una de las cunas mundiales del liberalismo y de uno de los actores centrales de la derrota del nazismo y de los fascistas italianos y japoneses de la Segunda Guerra Mundial, daría nacimiento a una expresión contemporánea cada vez más parecida al fascismo!
El periodista Leo Zuckerman ha señalado, con razón, que la izquierda mexicana se opuso y criticó fuertemente las negociaciones y firma del TLC, después T-MEC, porque decía que, como parte de una propuesta neoliberal, afectaría severamente la economía nacional, pero ahora defiende el libre comercio a capa y espada ante los embates de Trump. En efecto, el tratado comercial sí dañó seriamente a algunos sectores importantes del aparato productivo, como a los productores de maíz, pero, visto en general, el TLC hizo crecer enormemente al sector manufacturero y se convirtió en uno de los motores de la economía mexicana. Sin embargo, Zuckerman no señala la otra cara de la paradoja: Inglaterra, primero, con el Brexit, y ahora Estados Unidos, con los aranceles trumpianos, ambas las primeras economías impulsoras del neoliberalismo en el mundo, están impulsando modelos proteccionistas negando lo que ellos primeramente promovieron.
Trump, en busca del paraíso perdido de Estados Unidos; es decir, la etapa de extraordinario desarrollo económico, basada en una producción industrial sin precedentes surgida después del fin de la Segunda Guerra Mundial y que se empezó a agotar a fines de los 60, pretende, con base en una agresiva y grosera estrategia geopolítica neoexpansionista -en la que se quiere apropiar a Groenlandia, la Franja de Gaza, el Canal de Panamá, territorios de Ucrania ricos en metales raros e incluso a Canadá- acorralar a México y a otras naciones, para impulsar una política industrial que haga regresar a las empresas globales de Estados Unidos a su propio territorio. En el caso de México, el combate al tráfico de fentanilo es un mero pretexto para subordinarlo en su nuevo esquema del orden mundial.
Esta ilusión de Trump se mezcla con su personalidad atrabiliaria, tramposa, mentirosa, teatral y egocéntrica -todas estas definiciones, entre otras, las tomo de la biografía del hombre naranja, intitulada “El camaleón. La invención de Donald Trump”, escrita por la periodista de The New York Times Maggie Haberman- que ha seducido a gran parte de la población de su país y, sobre todo, a los miembros del Partido Republicano, que está llevando a Estados Unidos a una vía cada vez más parecida a la que conduce a una sociedad fascista. Y eso ha sido así porque hay correspondencia ideológica y valórica entre millones de estadounidenses y Donald Trump, y no se diga entre el Partido Republicano actual y él. Jamás se había visto en el Congreso de Estados Unidos una conducta tan infantil, y abyectamente obsecuente como la de la bancada republicana y el Gabinete presidencial ante el vulgar y prepotente discurso del actual dueño de la Casa Blanca el martes pasado.
No obstante, ya hay fuertes resistencias y oposiciones a los aranceles trumpianos- los cuales parecen concentrar la visión estratégica de su política y modelo económico- no tanto en el Partido Demócrata sino en poderosos sectores industriales y financieros. A Trump no le ha importado lo que diga el mundo de él- excepto lo que responden los chinos- pero sí lo que le reclaman los empresarios norteamericanos que producen globalmente y con abundantes inversiones en México y Canadá, y ellos lo están haciendo retroceder.
Realmente, lo único que puede hacer que Trump modifique a corto plazo, ya no otras políticas reaccionarias pero si las arancelarias, es la oposición empresarial y en parte la mediática que ya se ha manifestado en Estados Unidos, y a mediano plazo, que la ciudadanía en las elecciones intermedias le conceda más curules y gubernaturas al Partido Demócrata.
En México, la prudencia de Claudia Sheinbaum al retrasar su respuesta a las tarifas arancelarias de Donald Trump hasta el próximo domingo, para esperar las acciones internas de los industriales y Wall Street, demostró ser nuevamente la correcta. Los mejores aliados de México en este momento, ¡quién lo diría!, son los capitales globales que defienden el T-MEC neoliberal.
Para ripley.