@rodolfodiazf
Al celebrar la Jornada Mundial de los Pobres, el domingo 18 de noviembre, el Papa Francisco subrayó la importancia de vivir la fe en contacto con los necesitados: “No es una opción sociológica, no es la moda de un pontificado, es una exigencia teológica”.
El Pontífice resaltó que el grito de los pobres sigue resonando con gran fuerza, aunque no se le escuche: “es el grito ahogado de los niños que no pueden venir a la luz, de los pequeños que sufren hambre, de chicos acostumbrados al estruendo de las bombas en lugar del alegre alboroto de los juegos. Es el grito de los ancianos descartados y abandonados. Es el grito de quienes se enfrentan a las tormentas de la vida sin una presencia amiga. Es el grito de quienes deben huir, dejando la casa y la tierra sin la certeza de un destino. Es el grito de poblaciones enteras, privadas también de los enormes recursos naturales de que disponen. Es el grito de tantos Lázaros que lloran, mientras que unos pocos epulones banquetean con lo que en justicia corresponde a todos. La injusticia es la raíz perversa de la pobreza. El grito de los pobres es cada día más fuerte pero también menos escuchado. Cada día ese grito es más fuerte, pero cada día se escucha menos, sofocado por el estruendo de unos pocos ricos, que son cada vez menos pero más ricos”.
Bergoglio deploró que ante tanta injusticia, los cristianos no actúen y se muestren indiferentes. “Ante la dignidad humana pisoteada, a menudo permanecemos con los brazos cruzados o con los brazos caídos, impotentes ante la fuerza oscura del mal. Pero el cristiano no puede estar con los brazos cruzados, indiferente, ni con los brazos caídos, fatalista: ¡no!”
¿Atiendo el grito?
