Tres naciones convergen en el Golfo de México: México, Cuba y Estados Unidos. Tradicionalmente ha sido un punto de encuentro y un espacio de gran importancia cultural para los tres países. México posee la mayor extensión del Golfo, con un 49 por ciento, seguido por el 47 por ciento de Estados Unidos, y Cuba, con el 4 por ciento. Millones de personas habitan sus costas, formando -muchas veces sin saberlo o reconocerlo- una comunidad que se beneficia de una de las regiones más ricas en biodiversidad del planeta.
El Golfo de México cuenta con aproximadamente 15 mil especies marinas. Entre ellas mamíferos como los legendarios cachalotes -inmortalizados por Herman Melville en su novela Moby Dick (1851)-, orcas y manatíes; especies amenazadas, como las tortugas marinas, y diversas especies de tiburones.
También es un ecosistema relevante para las especies de interés pesquero en los tres países, como el mero, el huachinango, el camarón y el atún. Tan sólo en México, las actividades de pesca sostienen los ingresos de más de 90 mil personas en el Golfo de México.
Pero toda esta pelea por el nombre no es menor, y representa la disputa real por el modelo de planeta que queremos construir. Los adversarios: aquellos que pugnan por profundizar un modelo de industrialización en el Golfo de México, frente a quienes buscan privilegiar el bienestar de las comunidades costeras y apuestan por la vida marina.
El modelo industrializador ha explotado las aguas someras (de profundidades menores a 500 metros) en busca de petróleo y gas, representando grandes ganancias para empresarios que se enriquecen empobreciendo al mundo. Los costos de este sistema (por ejemplo, consecuencias como la contaminación y los derrames), solo han sido inconmensurables para las poblaciones costeras.
El modelo de bienestar, en lugar de privilegiar la explotación petrolera, pone en el centro a la vida marina y a las poblaciones costeras, apostando por actividades que repartan la riqueza, tales como la pesca o el turismo.
La explotación petrolera en el Golfo de México ha tenido consecuencias desastrosas para la vida marina, agravando un escenario ya complicado por los efectos de la crisis climática, como el aumento de la temperatura del planeta y la acidificación de los océanos. Los derrames petroleros han causado la pérdida de millones de animales marinos y de hábitats cruciales para su reproducción y alimentación.
Este modelo también ha tenido consecuencias graves para las comunidades costeras que dependen de la pesca, al expulsar a pescadores de ciertas zonas y reducir las poblaciones de peces.
La única razón por la que el modelo de explotación de hidrocarburos ha sido relevante en términos económicos es porque niega el costo ambiental y social. Los millones de vidas perdidas, los trabajos arruinados, las comunidades forzadas a migrar, se han silenciado. Este modelo de desarrollo, que ataca a la vida, se ha construido sobre los hombros de las personas más vulnerables y de los animales que deberíamos proteger.
México tiene la oportunidad de parar esto. La reforma energética de Peña Nieto abrió la puerta a la inversión privada, y con ello también a la explotación de hidrocarburos en aguas profundas del Golfo de México. Pemex no ha desarrollado la capacidad de explotar en estas aguas, y por ello son las empresas transnacionales las que hoy empujan al Gobierno mexicano a que reanude las rondas petroleras para comenzar a devastar nuestro Golfo de México.
Esta depredación se detuvo en 2018 con López Obrador, quien, por razones de soberanía energética, no realizó rondas petroleras. La Presidenta Sheinbaum podría cerrar la puerta a las empresas extranjeras para siempre al crear una Zona de Salvaguarda, donde la exploración y explotación de hidrocarburos quede prohibida.
El petróleo ya no es nuestra mayor fuente de ingreso y está en declive desde hace años. Cada vez es menos relevante para las arcas del Estado y abrir las aguas profundas sólo generará mayor pobreza para las familias mexicanas.
En cambio, mantener las aguas profundas del Golfo de México fuera del control de los grandes capitales tiene múltiples beneficios: fortalece la soberanía energética, permite que otras actividades como la pesca prosperen -asegurando así alimentos de calidad en las mesas de las familias mexicanas-, contribuye a la reducción de emisiones para mitigar el cambio climático y protege la biodiversidad de esta invaluable joya llena de vida.
Sé que para muchas personas el tema del petróleo ha sido tabú, y se nos ha hecho creer que el Golfo de México está casi muerto y que su único propósito es la extracción petrolera. La verdad es otra: este ecosistema puede ser la mayor fuente de bienestar para las comunidades costeras del Atlántico. Es nuestro patrimonio, y lo que heredaremos a las generaciones futuras.
Hoy, más que nunca, el Golfo de México nos une.
Súmate a la protección, firma nuestra petición aquí.
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La autora es Renata Terrazas, directora ejecutiva de Oceana en México.