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    “Se creen la gran cosa, porque suponen que son la reserva moral. No me gusta la persecución de los medios...” así, con ese talante molesto, se dirigió Rubén Rocha Moya a la reportera Martha Liliana del portal Línea Directa cuando ésta le preguntaba sobre el programa de apoyos que recibirían los damnificados del huracán Norma.

    Que, como sabemos, dejó una estela de desolación en varios municipios oficialmente con cinco fallecidos, mil 700 refugiados y daños patrimoniales en miles de hogares. Y aunque el Gobernador luego se disculpó por su “mal rato” se refrenda la mala relación con la prensa que le cuestiona con preguntas que ni siquiera son embarazosas sino preguntas rutinarias.

    O sea, no es el fastidio contra una reportera que interroga, que hace su trabajo, sino muy probablemente producto de la sobrecarga emocional que significa gobernar. Atender los problemas de la comunidad que a cada momento aparecen y que demandan empatía y energía de un gobernante.

    Y es que algunos eventos naturales no saben de horarios, simplemente, aparecen demandando la acción de los gobiernos a través de acciones de gobierno. Y es eso, lo que realmente le molesta, no ser dueño de su tiempo y controlar las preguntas que genera.

    Entonces, el hilo se revienta por lo más delgado, la reportera que pregunta, a quien fustiga por la “persecución” que ejerce sobre quien tiene teóricamente la información que necesita para atender a su audiencia, en este caso, los cientos, quizá miles, que esperan una ayuda del gobierno.

    Y para eso se necesita empatía. No “malos ratos” del gobernante. La política social cualquiera pensaría que, en los tiempos de la 4T, es lo suyo, su hábitat político, el discurso cotidiano que va en esa dirección con aquello de “por el bien de todos, primero los pobres”.

    Sin embargo, para ejercerlo a plenitud, se necesita oficio político, sensibilidad y prestancia, no distancia. Ni fastidio, menos enojo, ante el tamaño de un drama húmedo. Y es que los desamparados esperan empatía, atención, recursos. Y cuando suceden estos exabruptos cualesquiera pensaría que la responsabilidad institucional le llegó tarde al Gobernador.

    Y es que hasta antes de que fuera invitado para ser el candidato al Senado de la República seguramente estaba en otra cosa. Disfrutando de su jubilación en soledad, de las tardes con sus hijos y nietos, leyendo literatura, escribiendo relatos costumbristas o reuniéndose con sus amigos para hacer política de café. Y la aceptación vino a cambiarle la rutina. Ahora, quizá solo ocasionalmente disfruta de esos momentos de soledad, está con los hijos y nietos, lee seguramente menos y las historias que pensaba relatar han quedado para otro momento. Y a los amigos los ve menos.

    Ese cambio de vida que habla ya de cinco años en la política activa merma, agota, emocionalmente. Cada día que se vive en política, me dicen los enterados, son dos que se pierden por el reclamo de energía que exige cada uno de ellos. Que lleva frecuentemente a mal comer, mal dormir y viajar de un lado a otro.

    Y el problema es que estamos apenas en el segundo año de gobierno. Quedan más de cuatro que podrían ser equivalentes a ocho años de desgaste físico. Quizá, por eso, cuando alguna vez le preguntaron sobre su futuro político la respuesta fue palabras más, palabras menos fue que no tiene proyecto político para cuando abandone el tercer piso del Palacio de Gobierno.

    Claro, cuando finalice el sexenio, él estaría en la antesala de los ochenta años. Finalizando lo que Miguel de Unamuno, el filósofo vasco, llamó la “última década útil”. Aquella década donde todavía si se llega entero se pueden hacer planes, realizar sueños y dejar bien hecho el testamento. Y eso, en el foro interno, duele porque cobra su verdadero significado aquello de que cada día, son dos días menos.

    Habrá, claro, quien diga muy aristotélicamente que la política compensa porque es servicio a favor del prójimo, la esencia del bien común y que es, lo que mejor le puede suceder a un ser humano ideal, el privilegio de servir, cumplir aquella vieja aspiración de juventud, sin embargo, para el político de edad ya no está tan claro.

    Y es que sus resortes vitales no son los que albergó en su juventud. Se da cuenta que en ese medio impera la hipocresía. El doble discurso. Nada de aquello de “no robar, no mentir, no traicionar” que es discurso para sus clientelas, pero, pocos, racionalmente, se tragan esa perla ideológica.

    Y es que lo que impera es el oportunismo con una fuerte dosis de pragmatismo “el me das esto y yo te doy aquello”. Quizá, por eso, el Gobernador Rocha Moya, el de más de 620 mil votos en urnas, se muestra molesto, ofuscado ante la pregunta de la reportera. Sabe que no hay vuelta atrás. Que pasan los días y, fastidiado, tiene que dar la cara a cada problema que sufran los sinaloenses.

    Aunque, como se ha visto, sea para solo dar la cara porque las soluciones, si existen, frecuentemente están en otro lado. No en su jurisdicción, muy a pesar de que le toquen los reclamos y regrese cada día a su casa con la insatisfacción de no poder resolver problemas estructurales -como ha sucedido, con los perjudicados por la política de seguridad pública o agrícola.

    Y es que, gobernar, es hacerlo en condiciones de recursos escasos y más en un país donde el Presidente controla la chequera pública. Se necesita mucha mano izquierda y empatía para que no resolviendo los problemas se dé la sensación de esperanza -como dicen, que lo hacía Quirino Ordaz, cuando ponía por delante la empatía con el otro-, pero, qué se puede esperar de una expresión molesta que no sea el rictus facial.

    Ese metalenguaje político es lo que verdaderamente habla y es lo que queda en el imaginario colectivo. La imagen de un político agotado, fastidiado y, deseando estar en otro lado, porque le molestan las preguntas, pero, también, la gente que se le arremolina como si fuera la representación tropical del mito del Dios Midas. Aquel, que llegó a convertir en oro, todo lo que tocaba, olvidándose del valor de la sencillez como antítesis de la ambición.

    En definitiva, el fastidio, esa categoría sociológica se ha apoderado del Gobernador Rocha Moya y, eso, no es una buena noticia para los sinaloenses, con todo y que haya pedido disculpas públicas, porque muy probablemente lo va a volver hacer, salvo que descanse y ordene sus pensamientos... Al tiempo.

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