El estilo de gobernar de Rocha

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    Rocha Moya llega al poder gracias a un partido que recoge mucho de los anhelos de justicia social, pero probablemente, también, apoyo político y de grupos armados presentes en varios municipios para que al menos no ganaran los candidatos de la coalición Va por Sinaloa.

    Rubén Rocha Moya llega a su primer año de su gobierno entre bombo y platillo de sus propagandistas, una oposición complaciente y la crítica de empresarios por el escaso rendimiento institucional.

    No dedicaré en esta colaboración a lo logrado de su Plan Estatal de Desarrollo (2021-2027) sino a algo más intangible y difícil de medir, el estilo de gobernar.

    Daniel Cosío Villegas, fundador de El Colegio de México y el FCE, publicó el libro El estilo personal de gobernar (JM) en los años 70 para comprender a los presidentes del México del periodo hegemónico, donde el poder absoluto giraba en torno a la figura presidencial y con él inició una buena costumbre que, a los gobernantes, con o sin mucho poder, se les analizara en sus atributos y defectos para gobernar la República, los estados o municipios.

    En el libro de marras, Cosío Villegas analiza la personalidad de Echeverría mediante una tesis que no ha perdido vigencia: cuando los defectos del Presidente se vuelven característica del sistema mismo y cuando la patología del líder se transforma en la patología del gobierno, se está hablando de un sistema político enfermo.

    Rocha Moya llegó a la Gubernatura de Sinaloa con un triunfo amplio sobre los candidatos invisibles de la mayoría partidos de la oposición -y hablo de invisibilidad, pues la mayoría nunca tuvo posibilidades de garantizar tan solo el registro electoral de su partido- y eso, que el abstencionismo superó el 50 por ciento de la lista nominal y la votación, a favor del hoy Gobernador, fue menos del 30 por ciento de ese listado con credencial para votar.

    No obstante, lo obtenido por Rocha Moya representa, a la vista de todos, un capital político nada despreciable al ganar, dos a uno, a su más cercano competidor, el Senador Mario Zamora, quien sufrió el abandono político del ex Gobernador y actual Embajador de España, además, del operativo criminal que neutralizó a los operadores electorales de la coalición Va por Sinaloa.

    Es decir, Rocha Moya llega al poder gracias a un partido que recoge mucho de los anhelos de justicia social, pero probablemente, también, apoyo político y de grupos armados presentes en varios municipios para que al menos no ganaran los candidatos de la coalición Va por Sinaloa.

    Con ese antecedente inicia su gobierno y su primera tarea fue que la gente lo viera alejado de esa sombra y a cambio como suyo, accesible, franco, práctico y solidario, aunque a la hora de formar gobierno, lo hizo de manera tradicional, y podríamos decir con cierta dosis de irresponsabilidad, distribuyendo las secretarías y subsecretarías conforme a un sistema de cuotas antes que por capacidades probadas, y a un año, claramente, son pocos los funcionarios que pueden sentirse orgullosos de rendir buenos resultados a los sinaloenses.

    No podemos omitir, además, que su principal aliado y el que aportó más apoyo político, estructura electoral, propagandistas y votos fue el PAS, al que de entrada le tocaron posiciones importantes en la administración pública estatal, pero, por razones ingratas de la política, a solo cuatro meses no solo se les despidió con un argumento sacado de la manga, sino fue más allá al intentar apoderarse del bastión que representa la Universidad Autónoma de Sinaloa.

    Esto llevó a Héctor Melesio Cuén, ex Secretario de Salud y dirigente del PAS, a tomar una decisión estratégica, que fue apoyar abiertamente la aspiración presidencial de Adán Augusto López Hernández, actual Secretario de Gobernación, lo que neutralizó cualquier intento de socavar el poder en la institución rosalina y a su antiguo aliado.

    Y este intento se inscribe en una vocación ingrata muy anclada en el ADN de nuestros políticos por tener el control de todo aquello que respira poder, es decir, los poderes públicos (Judicial y Legislativo) e instituciones autónomas, lo que de suceder significaría eliminar ipso facto contrapesos.

    Esto inevitablemente lleva al análisis fugaz del desempeño del gobierno obradorista en Sinaloa, que Rocha Moya ofreció en campaña armonizar en el estado.

    Y eso llama a ver, hasta ahora, qué tanto se ha cumplido en dar respuesta a los anhelos que fueron depositados en la urna aquel 6 de junio de 2021.

    Cuando Rocha Moya asumió el poder del estado estaba presente la pandemia del Covid-19 con sus estragos (muertes, duelo, desempleo, deudas, desaparición de pequeñas y medianas empresas e instituciones de salud pública tronadas, además, del problema ya crónico de la inseguridad) lo que exigía una estrategia fuerte de gestión y la puesta en operación de políticas públicas que dosificaron los efectos de esta crisis compleja por la cantidad de piezas que se combinaron.

    Felizmente los estragos de la pandemia vinieron a menos hasta normalizarse y que la gente asumiera los daños con sus costos en vidas y secuelas, lo que redujo la carga para el Gobierno del Estado y las instituciones de salud, hoy esto es notorio en la numeraria de la pandemia y se ha dado vuelta a la hoja para enfocarse en temas menos espinosos y exigentes de recursos públicos.

    Sin embargo, siguen los problemas crónicos del estado, pues si bien el problema de los homicidios dolosos ha venido ligeramente a menos, el de los desaparecidos sigue en aumento; el tema de la lucha contra la corrupción en la esfera pública tiene un desafío mayor cuando solo se licita el 8 por ciento de las obras públicas o a la exigencia de más democracia, lo que tenemos es más gobernadorismo. Y así.

    En este vértice se inscribe en la narrativa que sus propagandistas han dado vuelo de que el gobierno de Rocha Moya está haciendo políticas públicas con sentido “social, humanista, solidarias” a despecho de no invertir en grandes obras, como si esto fuera un defecto en sí mismo y no un resorte del desarrollo regional especialmente en las grandes ciudades donde son más visibles las inequidades sociales.

    Y es que el gobierno de Rocha Moya necesita de esta narrativa emocional para generar percepción de que lo que está haciendo está bien hecho y lo ayudan en ese propósito ciertos medios de comunicación y periodistas.

    Así cobra relevancia luego de los escándalos políticos y el desgaste que han significado los desafueros de los alcaldes de Culiacán y Mazatlán para poner a “ahijados” en esos cargos electos que democráticamente debieron no ser puestos “a dedo”, sino mediante una nueva elección constitucional para garantizar una saludable legitimidad y gobernabilidad democrática.

    En definitiva, el estilo de gobernar de Rocha Moya se inscribe en las sombras de la política de siempre y cada vez será mayor una necesidad de propaganda emocional que el gobernante puede llegar a creérselo, pero, como sabemos, este tipo de “información”, a la larga, abona bien entre los fieles de la 4T, pero genera un vacío con el resto de la sociedad, provocando una variante de esa enfermedad de la que habló don Daniel Cosío Villegas.

    Al tiempo.