Continuando con el tema del poder y energía que transmite la música en los corazones para transformar emociones, sentimientos y afectos, hoy queremos abordar el espíritu patriótico y nacionalista que exalta y fortalece en los momentos más álgidos.
El fervor patriótico se enciende mediante los respectivos himnos nacionales, que se entonan con entusiasmo, entrega, valentía y honor. Si la música no encendiera el espíritu de los combatientes, no tendría sentido que se compusiesen himnos nacionales. ¿Cómo permanecer impávidos ante el redoble del tambor y el canto: “Mexicanos al grito de guerra”, o “Allons enfants de la patrie” (Adelante, hijos de la Patria, de la Marsellesa), por poner algunos ejemplos?
En el pueblo ruso encontramos dos claros ejemplos de cómo la música narra las gestas heroicas de su nación: la Obertura 1812, de Tchaikovsky, y la Sinfonía número 7, Leningrado, de Dmitri Shostakovich. Respecto al primer caso, en 1880 le encargaron a Tchaikovsky que compusiera una obra para la inauguración de la Catedral de Cristo Salvador, en Moscú, conmemorando el triunfo del ejército ruso sobre las tropas de Napoleón Bonaparte. Por eso, son perceptibles en la composición trozos de La Marsellesa y la victoria rusa celebrada con repique de campanas y disparos de cañones.
En cuanto a la Sinfonía Leningrado, hace referencia al sitio de esta ciudad por parte de las tropas alemanas, puesto que el Tercer Reich había ordenado el 22 de junio de 1941 la “Operación Barbarroja” para invadir y aniquilar a la Unión Soviética. El plan de Hitler era asediar a Leningrado para hacer morir a la población por hambre y frío, además de metódicos bombardeos.
Shostakovich compuso una obra heroica, interpretada con músicos famélicos el 9 de agosto de 1942, como preludio de la victoria.
¿Vibro con el espíritu musical?