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"OBSERVATORIO"

"El ejemplo de Ricardo Lizárraga. Breve historia con aroma a café"

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OBSERVATORIO

    alexsicairos@hotmail.com

     

    Imposible disociar a Mazatlán de los amaneceres y tardes en los que la fragancia del café empezaba con una fumarola blanca que nacía en las inmediaciones de la Colonia Anáhuac y llegaba hasta los territorios de La Esperanza. Casi al mismo tiempo, el pitido del ferrocarril que llegaba a la vieja estación y la infusión aérea de cafeína eran los buenos días a los “patasalada” en el sector que marcaba los límites del norte del puerto, más paraíso de los barrios pobres que de las prósperas élites. 

    Lo peculiar de aquel edificio del color del ladrillo, la fábrica de Café El Marino, es que se alzaba como ícono de progreso en una zona urbana donde entonces, a mediados de los 70, germinaba un segmento poblacional fincado a fuerzas de precaristas, “trampas” que igual como llegaban en el tren se adherían a la macha citadina, y exagerada solidaridad vecinal que hacía llevaderas las penurias.

    En este extremo norte de la ciudad marismeña, la torre de Café El Marino; en aquella otra esquina esa especie de atalaya de la Cervecería Pacífico, que es el monumento a la mejor cerveza y, por si faltara algo al pie de esta última mole de cemento y acero, el mejor marisco sabroso y a buen precio. Tal vez esa rara mixtura de inciensos, de café y cerveza, fue la que inspiró a José Alfredo Jiménez para cantar que es un orgullo ser de Mazatlán. 

    Por supuesto que el contexto le daba cobijo a una historia y un esfuerzo que tenían de protagonista a Ricardo Lizárraga Granados y que a la postre dicho tesón fue acompañando al progreso de la industria con chimeneas en el sur de Sinaloa, la economía alterna al turismo que igual que las actividades cervecera, atunera y gastronómica sentaron emporios que son punta de lanza no sólo en el estado sino en el País. 

    Ricardo Lizárraga fue siempre al compás y ritmo que le marcara el desarrollo económico de Sinaloa. Él, igual que tantos empresarios que de pequeños changarros levantaron esplendorosos emporios con extensiones hoy nacionales e internacionales, juntó algunos pesos dedicándose a la minería y eligió bien entre despilfarrarlos en algunos días de disipación, o volverlos capital semilla para emprender en el ramo comercial con “La Faja de Oro” y “La Gaceta Comercial”. 

    Hace 69 años incursionó en la industria del café dejando un ejemplo de perseverancia en el mundo de los negocios cuyos retos y riesgos todo el tiempo han sido demandantes de la más fuerte voluntad de resistencia. Su obra trasciende lo concerniente al legado que al partir les deja a sus hijos hasta ser una lección para la sociedad entera, los jóvenes sobre todo, de cómo arar con paciencia, rectitud y fuerza para algún día cosechar frutos lícitos de una labor necesariamente legítima. 

    La historia del fundador de Café El Marino se queda para siempre en esas grandes latas de lámina color cereza que desde hace casi siete décadas se adueñaron de las alacenas o presidían las mesas para presumir de dónde proviene la infusión que emana de las cafeteras. Desde el grano que se tostaba y cocinaba en casa, hasta las máquinas expendedoras de la bebida de los abuelos, de los padres, de los hijos y así sucesivamente de generación en generación.

    Hoy el aroma de café El Marino despabila a millones de personas en todo el mundo. Alguna vez sabrán los consumidores que el humeante chillido de sus teteras les quiere contar la otra historia de Sinaloa, la de personajes o familias de buena fe que se alejaron de tentaciones delictuosas y sí pudieron arar y cosechar en los giros blancos de la economía. Y que desde entonces existen los atajos para esquivar tentaciones ilícitas. 

    Desde que las líneas de las vías del ferrocarril solamente tenían dos horizontes: el Océano Pacífico o la torre de Café El Marino. Desde que el olor del café atraía a los precaristas a vivir junto a la fábrica y qué importaba si ello implicaba convivir con africanos que a señas mendigaban comida, gringos que balbuceaban “mariguana” y familias sureñas creyendo llegar al nirvana de la prosperidad. Desde que muchos aprendimos que la Colonia Santa Elena tenía que ser el parto de una violenta apropiación de terrenos junto a los recintos ferroviarios. 

    Vale recuperar el aporte de Ricardo Lizárraga Granados como incentivo a los sinaloenses afanosos que desean saber cómo crear sus propias empresas sin resultar devorados por las dificultades. La misma lección de crear casi desde la nada consorcios como los que lograron otros empresarios persistentes, entre éstos Enrique Coppel Tamayo, Juan Ley Fong, Alfonso Zaragoza Moreno y José Eduvigildo Carranza, entre otros.

     

    Reverso

    Este legado es oportuno,

    Para saber cómo fue,

    Que no existe el desayuno,

    Sin la taza de café.

     

    Quirino lo entendió

    Jesús Aguilar Padilla marcó su paso por el gobierno de Sinaloa tatuándole el emblema del tomate a cuanta obra pública hizo y Mario López Valdez ligó a su sexenio el acrónimo del corazón que utilizan sus empresas Malova, sin que nadie lograra que dejaran de usar tal identidad gráfica con fines políticos. Ahora, Quirino Ordaz Coppel atendió las observaciones de la organización ciudadana Iniciativa Sinaloa y ordenó quitarle el sello “Puro Sinaloa” a las mochilas y tenis que serán repartidos a alumnos del sistema de educación básica. Sólo falta que las instancias cívicas nacionales le hagan ver a Andrés Manuel López Obrador que debe a renunciar a imprimirle a todo lo que hace la insignia de la Cuarta Transformación donde utiliza con fines de lucimiento particular las imágenes de los personajes patrios José María Morelos, Miguel Hidalgo, Benito Juárez, Francisco I. Madero y Lázaro Cárdenas. El uso discrecional de la identidad gráfica del Gobierno federal también viola la Ley General de Comunicación Social que reglamenta el párrafo octavo del Artículo 134 de la Constitución de México.