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¿Ser feliz es un deber? Disculpen que comencemos con una pregunta, pero se trata de un tema crucial. ¿La felicidad es un deber o una meta a conseguir para que la vida sea plena? ¿Se puede ser feliz sacrificándose para que los demás alcancen un poco de felicidad? En otras palabras, ¿se puede ser feliz, aunque se ofrende la vida en inmolación sacrificial con tal de obtener la felicidad de los demás? ¿Debemos aparentar ser felices, aunque, en realidad, no lo seamos?
Estas preguntas fueron las que atosigaron la conciencia de Jorge Luis Borges, cuando expresó: “Yo pensé que uno tiene el deber de ser feliz, no por uno sino por las personas que lo quieren a uno. Uno debe ser o simular ser feliz para no apenar a quienes lo quieren”.
Reflexionó sobre la necesidad de cumplir con este deber, aunque se mienta, con tal de conseguir la tranquilidad de los demás. Recordó: “Yo estaba siguiendo un tratamiento para la vista. Mi madre, que estaba muriéndose, había cumplido ya 99 años y tenía terror de llegar a los 100, me decía: ‘Ahora ves un poco mejor’. Y yo, con toda crueldad, con toda pedantería, le dije: ‘No, sigo no viendo’. Nada me hubiera costado mentirle, decirle: ‘Sí, estoy viendo un poco más, ahora percibo tal color...’”.
Agobiado por el peso del remordimiento, agregó: “¿Por qué no lo hice? Es imposible que haya obrado de un modo tan terrible, pero me acuerdo de haberlo hecho delante de todos ustedes. Entonces yo pensé, claro, he cometido el peor de los pecados, no ser feliz. No por uno; si hay otros que lo quieren a uno, uno tiene por lo menos que fingir, simular la felicidad”.
¿Soy feliz? ¿Aunque simule, hago felices a los demás?