El daño de las falsas victorias

    Me parece que en la percepción del Presidente se impone la creencia de que toda corrección supone un gesto de debilidad y que eso daña su reputación. Creo que es una percepción equivocada. Daña más su reputación el empecinamiento en actos simbólicos que hacen recordar las inauguraciones de oropel de los regímenes pasados, cuando en el fondo las de la 4T entrañan proyectos reales e importantes, pero se empobrecen con ceremonias anticipadas.

    Los dos años que restan al sexenio de Andrés Manuel López Obrador serán de un durísimo desgaste, por el efecto combinado de un contexto internacional desfavorable y las bombas de tiempo que no han podido resolverse, mayormente en materia de inseguridad y de inconformidad de muchos sectores decididos a manifestarse. En teoría, este último tramo tendría que haber sido el más lucidor del gobierno de la Cuarta Transformación, pues en él culminarían las tres grandes obras públicas por las que apostó el Presidente: la refinería de Dos Bocas, el Tren Maya y el desarrollo del corredor transístmico (además de la construcción del aeropuerto, obligado por la suspensión del NAIM). Sin embargo, la escala misma de estos proyectos, los brutales imponderables que supuso la pandemia, la crisis económica consiguiente, y las propias limitaciones humanas y logísticas de la 4T, podrían traducirse en inauguraciones anti climáticas, similares a las del aeropuerto de Santa Lucía: incompletas, apresuradas, con pocos efectos reales en lo inmediato.

    En ese sentido, me parece que la experiencia del AIFA ofrece lecciones importantes. Tendría que ser un experto para afirmar que la construcción en Santa Lucía era la mejor opción, pero hay muchas evidencias de que el Lago de Texcoco no era aceptable. Y más allá de la polémica, es obvio que una vez terminado, el AIFA aliviará la carga insostenible que hoy soporta el viejo aeropuerto. El problema es que los responsables del proyecto tenían más prisa en cumplirle al Presidente con la fecha comprometida que en asegurar una puesta en marcha exitosa. Lo que debió de ser uno de los proyectos emblemáticos de este sexenio (y no tengo dudas de que en perspectiva así será), en lo inmediato quedó teñido de una pátina de improvisación. El arranque de actividades sin haber resuelto las vías de acceso y, sobre todo, sin la negociación a fondo con las líneas aéreas, ha condenado a un largo limbo que en nada beneficia a la imagen del gobierno.

    Haber esperado ocho o diez meses y arrancado con 60 o 70 vuelos diarios habría callado muchas bocas. La falsa victoria de inaugurar en lo formal en la fecha prometida lastró buena parte del crédito que merecidamente tendría que haberse llevado la gestión del Presidente. No deberíamos estar hablando de tlayudas y elefantes blancos.

    Una fracción de la enorme concentración de recursos que requirió el apresuramiento habría sido mejor empleada en sanear los temas de control de tráfico aéreo, y recuperar así la categoría que el mal desempeño nos endilgó de parte de autoridades internacionales. No es un galardón el hecho de que la administración de Felipe Calderón haya conseguido en cuatro meses recuperar esa categoría, cuando la perdió, y la 4T no haya podido hacerlo en un año. La legitimidad del gobierno actual no solo debería sustentarse en el patrimonio moral de sus banderas sociales, sino también en su capacidad y responsabilidad para actuar con eficiencia.

    Hay un temor justificado de que la inauguración de la refinería de Dos Bocas, programada para este 2 de julio, corra con una suerte parecida. Se afirma que la mayor parte de las unidades del nuevo complejo tardarán varios meses en terminarse y que en estricto sentido no funcionará en su totalidad hasta bien entrado 2023. No está claro cuánto de esta apreciación es mala prensa y cuánto es un dato verificable. Pero lo del AIFA deja una mala espina. No habría nada de qué avergonzarse si la puesta en marcha se recorre diez meses y se entrega en condiciones de operación real; después de todo, el planeta en su totalidad se ralentizó y la fecha original había sido planteada antes de la pandemia. Pero todo indica que Palacio Nacional considera más importante convertir en letras de bronce la palabra del Presidente, incluso si el mundo ha cambiado. Corremos el riesgo de que este enorme logro se distorsione también por las evidentes limitaciones que supondrá una inauguración poco menos que simbólica. A la larga, creo que si López Obrador consigue que México sea autosuficiente en gasolinas habrá obtenido un éxito histórico. Pero eso será en el mediano plazo, lo que no entiendo es por qué sacrificar la imagen en el corto plazo pudiéndose evitar.

    Me parece que en la percepción del Presidente se impone la creencia de que toda corrección supone un gesto de debilidad y que eso daña su reputación. Creo que es una percepción equivocada. Daña más su reputación el empecinamiento en actos simbólicos que hacen recordar las inauguraciones de oropel de los regímenes pasados, cuando en el fondo las de la 4T entrañan proyectos reales e importantes, pero se empobrecen con ceremonias anticipadas.

    La capacidad de corregir y modificar a partir de una realidad cambiante tendría que ser asumida como una virtud, no una debilidad. Por el contrario, cumplir a rajatabla con el plan inicial sin importar que las condiciones se hayan modificado, compromete la confianza depositada en un líder. En nada ayuda sortear un avión sin sortearlo, solo para pretender que el Presidente consiguió colocarlo, cuando no es así.

    Sacar el pañuelito blanco para declarar erradicada la corrupción, es un acto que obliga a los obradoristas a querer a AMLO a pesar de eso y no gracias a eso. El pueblo, más que ningún otro sector de la población, constata que la corrupción impera en la vida cotidiana en nuestro país, en plena contradicción con las palabras del Presidente. Y nadie en su sano juicio podría pretender que la corrupción hubiese sido eliminada en apenas cuatro años y mucho menos echárselo en cara al tabasqueño por no haberlo logrado. Pero en cambio, los que creemos en sus proyectos sociales tenemos que hacernos ascuas para entender por qué presume de algo que es ostensiblemente falso. Y ninguna de las respuestas es tranquilizadora. O está mal informado, o dice algo equivocado deliberadamente o, y creo que esta es la explicación, asume que al no ser él un corrupto el Estado tampoco lo es.

    Lo cierto es que festinar falsas victorias resulta mucho más dañino que reconocer el trabajo honesto y bien intencionado para bregar con una realidad cambiante y cargada de resistencias que obliga a un permanente ajuste. Ojalá hubiese un poco más de eso de cara al Tren Maya, Dos Bocas y el Transístmico Proyectos que, no tengo dudas, resultan vitales para sus regiones e importantes para el país, y que no merecerían estar siendo golpeados por debates que, en parte, son innecesarios.