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"Opinión"

"El conservadurismo irreflexivo"

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    ramirezleond@hotmail.com

    En 2016 fui candidato a diputado local por Morena. Me acompañó un reducido grupo de jóvenes entrones y recibí el apoyo de familiares, amigos y compañeros de convicciones. Con escasos recursos económicos hicimos campaña. Recorrimos decenas de colonias y tocamos la puerta de cientos de hogares culiacanenses. Ni la lluvia ni el calor infernal menguaron nuestro legítimo deseo de cambio. Se abrieron muchas puertas, incluso, la de personajes respetables del ámbito político, empresarial y académico. De ahí surgió nuestra propuesta general de campaña que denominamos “comunidad modelo”, la cual consistía, básicamente, en empujar una agenda que fortaleciera de manera importante los servicios públicos de la capital sinaloense, particularmente en las colonias marginadas. El discurso gustaba. Cuando señalábamos el papel que la corrupción jugaba, hasta los adversarios aplaudían y los “líderes de opinión” incorporaban lo dicho en sus columnas. Se entiende. Asumían que se trataba sólo de un discurso de uno de los candidatos que representábamos una opción política testimonial.

    Eso cambió en 2018. Morena, encabezado por el hoy Presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, irrumpió en la escena pública de manera insólita, desplazando a la clase política tradicional en sus tres niveles de gobierno a lo largo y ancho del país. Fue abrumador el cambio. Los políticos tradicionales locales, entumecieron. Reaccionaron, presionados por la ciudadanía, días y semanas después. Algunos aún no dan la cara. No pueden. Les parece inaceptable haber perdido frente a ciudadanos comunes: maestros, amas de casa, comerciantes o trabajadores promedio de empresas privadas. Es el sentimiento que aflora también en un número importante de la opinión publicada, es decir, de ciertos autodenominados “analistas” con tribuna que pertenecen o son afines a grupos políticos o de negocios legítimos, que con gran habilidad, incendian las redes de comunicación mediante el uso de un lenguaje soez e irreflexivo, que busca, exclusivamente, desacreditar a la persona y con ello invalidar el mensaje. Es lo que Umberto Eco llamó “la máquina del fango”. Desde luego que no es ético, pero es una realidad y forma parte del juego del poder.

    Sin embargo, hay otros elementos incompatibles a la democracia que demuestran la existencia peligrosa del clasismo y el racismo. Esas prácticas tendientes a defender las diferencias de clase, a discriminar a las personas por su condición social y origen étnico. Es común observar beligerancia y hasta agresividad en lo que plasman, cuando se refieren despectivamente a los electores o seguidores del Presidente, como “nacos, pejezombies, chairos, burocratines, empleaduchos, ignorantes, incultos, prietos, oaxacas, pobres”.

    Y es curioso porque los resultados electorales de 2018, arrojaron que a mayor escolaridad e ingresos, los ciudadanos, en su mayoría, votaron por AMLO. Mientras que el electorado con menos estudios y percepciones económicas, lo hicieron por los candidatos de los partidos tradicionales. No es invento. Las características sociodemográficas de los votantes están en la red, a la mano de cualquiera.

    Por ello, sobresale la actitud ruidosa e individualista del conservadurismo, o de quienes se resisten enconadamente a que se den cambios reales en la estructura social y buscan mantener el status quo. Los conservadores, no necesariamente adinerados, actúan con recelo y con sus acciones demuestran miedo y angustia.

    Tienen razones para hacerlo. Han perdido privilegios e influencia política y social y no aceptan ser gobernados por quienes, a su juicio, deberían servirles. Desde luego se trata de una conducta autoritaria que busca ganar a como dé lugar, lo que no ganaron en las urnas.