A través de los años, la humanidad ha encontrado la manera de aprovechar la vida de los animales para su beneficio. Siempre se han buscado alternativas que generen más ganancias y menos costos en un tiempo más reducido, sin importar si esto implica condenar a los animales a una vida llena de dolor, sufrimiento y explotación. Los animales son vistos como recursos, como máquinas que fácilmente pueden ser descartadas cuando sus cuerpos ya no son útiles para la industria.
Realmente no hemos aprendido, cada vez hay más información conectando las pandemias y el calentamiento global con la crianza intensiva de los animales. El especismo, la codicia, la ignorancia y la indiferencia nos ciegan. En el afán por aprovechar al máximo los espacios que se tienen disponibles para la crianza de los animales, las jaulas son un elemento recurrente.
Imagina pasar toda tu vida compartiendo un espacio equivalente al tamaño de una hoja tamaño carta. Esta es la vida de cerca de 209 millones de gallinas que son explotadas anualmente en México. Nuestro país es el consumidor número uno a nivel global y para saciar el deseo de la población, las jaulas de batería son la herramienta preferida de la industria. En cada jaula son explotadas aproximadamente 6 gallinas, en donde sus sensibles patas “descansan” sobre alambre por periodos de 2 años hasta 2 años y medio.
Las gallinas disfrutan de los baños de tierra y de sol, les gusta descansar en los árboles, buscar su propio alimento, socializar y explorar. Incluso son capaces de reconocer rostros humanos y tienen distintas vocalizaciones para comunicarse. La industria del huevo les priva de estos comportamientos naturales. El estrés debido al hacinamiento provoca que desarrollen conductas violentas como la automutilación y hasta el canibalismo. Muchas gallinas mueren antes de los 2 años; cuando sus cuerpos no producen la cantidad de huevos deseada, son enviadas al matadero.
En la industria porcina, las cerdas que son madres también son encerradas en pequeñas jaulas de gestación y jaulas de maternidad. Se han hecho selecciones genéticas que permiten que cada cerda tenga camadas más grandes y los ciclos de preñez y los espacios puedan ser mejor aprovechados. Tras ser inseminadas artificialmente, son trasladadas a las jaulas. Estas no cuentan con suficiente espacio, les imposibilita moverse, ocasionando que sus piernas se atrofien severamente. Cuando sus bebés nacen son enviadas a jaulas de maternidad, en donde el espacio sigue siendo tan reducido que sólo pueden mantenerse recostadas sobre su costado para alimentar a sus bebés, muchas veces debido a la falta de espacio, aplastan a sus crías. Ellas desarrollan comportamientos repetitivos debido al estrés y falta de estímulo, mordisquean los barrotes e incluso se vuelven agresivas. Las separan de sus crías para que sean explotadas para su consumo y esta separación les provoca mucha angustia. El ciclo se repite hasta que la producción baja y también son enviadas al matadero.
Los ejemplos del uso de jaulas, cadenas y demás herramientas para contener a los animales en espacios reducidos podrían seguir y seguir. Lo que quiero lograr con este escrito es exponer lo que la industria no quiere que sepamos, que conozcamos lo que realmente sucede y no seguir perpetuando ni apoyando esta violencia. Tomemos decisiones mejor informadas a la hora de elegir lo que consumiremos. ¿Estamos apoyando algo que no nos atrevemos a ver?
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