El caso de la poeta Julieta Montero de Cañedo

EL OCTAVO DÍA
21/04/2024 04:03
    Julieta reinvindicaba el derecho de las esposas de incluir al marido en su desempeño, porque lo enfocaba en una forma de reconocer su apoyo, más que pedirle permiso. Ella reinvindicaba los casos de las otras creadoras que en el pasado habían decidido incluir su apellido de casada como nombre de pluma.

    Que una poeta celebre y cumpla - esas dos palabras no son lo mismo porque hablo de cumplimiento más que de cumpleaños-, 50 años de ejercicio de la palabra y el sacerdocio de la escritura es motivo de satisfacción colectiva.

    La escritora Julieta Montero Medina, acaba de ser reciente homenajeada en una feria del Libro por haber cumplido medio siglo de tomar la lira entre las manos y ponerla sobre sus muslos a resonar.

    El caso de Julieta Montero es para mí muy importante, porque en los años ochentas ella debutó como una poeta que abordaba y bordaba el erotismo con un lenguaje directo, breve y concentrado. Un lirismo sin ambages nunca antes visto en la creación femenina y solo contemporánea en cuanto a ese tema en Sinaloa en las voces de Rosy Palau y Rosa María Peraza.

    Rosario Castellanos acuñó la frase lapidaria: mujer que publica es mujer pública. Atreverse a desentrañar su interior las pone en el no siempre generoso ojo del escrutinio público. Julieta, esposa de mi viejo amigo Filiberto Cañedo, contó siempre con su apoyo para enarbolar su provocación verbal sin sentirse incómoda en su relación personal más importante.

    Su primer poemario titulado “Gramática de la piel” obtuvo en 1987 el premio de los Juegos Florales del Rosario, sobre 85 trabajos, lo cual habla muy bien, por cierto de ese municipio activo culturalmente, quien espero que pronto reinicie ese premio que se entregaba en el marco de la Feria de la Primavera.

    El hallazgo de ese libro era que usaba los fríos términos de la gramática (la sintaxis, la morfología, el lenguaje) para jugar con el amor carnal y los momentos íntimos. También fue la primera en emplear una portada con un dibujo del Mtro. Antonio López Sáenz.

    Ella es un caso muy especial porque fue de las primeras mujeres mazatlecas egresada de una carrera de letra que conjuntaba muy bien su vida profesional como maestra en el Tec de Monterrey y su rol de ama de casa.

    Con orgullo, en aquel momento firmaba con su apellido de casada, asunto que le granjeaba algunas bromas de parte de los muy liberados jóvenes rebeldes que veíamos como un anacronismo que firmase al principio como Julieta Montero de Cañedo.

    Julieta reinvindicaba el derecho de las esposas de incluir al marido en su desempeño, porque lo enfocaba en una forma de reconocer su apoyo, más que pedirle permiso. Ella reinvindicaba los casos de las otras creadoras que en el pasado habían decidido incluir su apellido de casada como nombre de pluma.

    Tuve que llegar yo a una edad en que entendí que, a veces, conocer una persona que se presenta ante ti añadiendo su apellido no te notificaban de una propiedad, que era una forma discreta de avisarte a ti como varón que estabas conociendo a una señora casada y debías de tener cuidado de qué decías y cómo actuabas.

    Esos pequeños detalles de la cortesía y y la educación, la verdad, fueron muy importantes, y sobre todo en un pasado en el que no existían los actuales protocolos de defensa de la mujer y autodefensa a la identidad, sobre todo al estar cercada en un sitio con presencia varonil. (Con el tiempo dejó de usar por inercia el sufijo y su esposo lo tomó a broma).

    Me consta mucho el apoyo irrestricto de su esposo Filiberto Cañedo, quien gozaba de ser “el muso” de la poeta y a quien llegamos a decirle en su cara “el sensualoso”. Blindado con humor y entusiasmo andaba con ella en los eventos literarios y en otras actividades que ellos hacían.

    A la luz del tiempo, creo que fue muy bueno para los diferentes estratos sociales de Mazatlán ver que una dama muy sencilla y directa en lo personal, con un apellido de tradición de una de las antiguas familias, estuviese siempre firme como un representante de la poesía que se hacía en la región. Una referencia y ejemplo.

    Lugar que antes dignamente habían ocupado en las páginas periodísticas y en los libros las señoras Elena Vázquez de Somellera y Chayo Uriarte de Atilano, además del coleccionista de Juegos Florales Carlos Gregor Giacintti. Sí, ellos eran los poetas de Mazatlán.

    Durante varios años, Julieta tuvo cargo una sección en un diario local llamada “Nuevas letras”, donde se creó una grata y activa comunidad literaria. Nadie ha dicho esto por escrito, pero es justo decir que en aquel tiempo, el pago que recibía Julieta del periódico por armar la sección lo distribuía generosamente entre sus compañeros colaboradores, entre los que yo me incluía...

    Sacando la cuenta, era posible imaginar que quizás ella aportaba en ocasiones mucho más de lo que recibía. Así que a los pocos colegas escritores seguido su discreta generosidad sin compromiso nos sacaba de apuros, para usar la frase coloquial.

    Vale la pena recordar los nombres de otras damas sinaloenses que asumieron el compromiso de la palabra y cuyo trabajo no pudo difundirse más en su tiempo por lo complejo de su duro momento histórico para las artes: Tula Escobar, Delia V. de Arozamena, Irene Montijo, Irma Garmendia, Cecilia Pablos, Norma Bazúa, Lourdes Sánchez Duarte, Marcela González de Rico, Elisa Pérez Meza y no pocas anónimas creadoras cuya obra se quedó en un pseudónimo ocasional en páginas periodísticas y revistas de ocasión.

    Para ellas, nuestro reconocimiento y la merecida reelectura que les aguarda.

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