La temporada de huracanes nos recuerda que los efectos de la crisis climática no son un cuento. Estos y otros fenómenos como el aumento de la temperatura tristemente afectan en mayor medida a las comunidades más vulnerables del País. Es aquí donde el carbono azul cobra importancia por ser la capacidad de los ecosistemas marino-costeros para secuestrar (almacenar) el CO2 que emitimos constantemente a la atmósfera, manteniéndolo retenido por décadas o incluso siglos (1).
Las plantas y otros organismos fotosintéticos dependen directamente de los pigmentos que les permiten realizar la fotosíntesis, creando moléculas complejas como azúcares gracias a la luz. Estos pigmentos generalmente se asocian con los colores verdes que nuestros ojos perciben. Sin embargo, el término “carbono azul” se debe a que son los ecosistemas y productores primarios marinos, como las marismas, los pastos marinos y los manglares, los que tienen la capacidad de secuestrar el carbono de la atmósfera.
Los manglares, las marismas y los pastos marinos cubren menos de 0.5 por ciento del fondo marino mundial, pero representan más del 50 por ciento, y quizás hasta el 71 por ciento, de todo el almacenamiento de carbono en los sedimentos marinos (2). Por eso, en el Día Internacional de Conservación del Ecosistema de Manglares, que se conmemora cada 26 de julio, queremos resaltar una vez más la importancia de este ecosistema para la vida marina. Aquí es donde comienzan los océanos del mundo.
Sabemos que los manglares son hábitats ricos en biodiversidad, donde muchas especies marinas pasan algunos de sus estados juveniles antes de poblar el mar. Se estima que los servicios ecosistémicos de los manglares, excluyendo el secuestro del carbono, tienen un valor de 193 mil 845 dólares estadounidenses por hectárea (3). Sin embargo, los manglares continúan perdiéndose a nivel mundial, habiendo desaparecido más del 67 por ciento de su distribución histórica global (4).
En México, tristemente, no somos la excepción. Los manglares se han reducido drásticamente en los últimos años. Entre 1985 y 2005 se ha perdido más del 12 por ciento de la cobertura total (5).
Cuando un bosque de manglar es destruido, no sólo perdemos la capacidad de captar carbono de la atmósfera, sino que también se libera el carbono almacenado, incrementando los gases de efecto invernadero y agudizando la crisis climática (6).
Es por ello que, desde Oceana, hemos sido críticos de las medidas que pretenden conservarlos sólo bajo el esquema de áreas naturales protegidas. Invitamos a las autoridades a enfocarse en los bosques marino-costeros como los manglares para enfrentar la crisis climática. Es crucial protegerlos de manera eficiente, conservar efectivamente las áreas protegidas que los resguardan, así como los sitios RAMSAR, y evitar la tala ilegal para poder secuestrar más carbono azul, que, como ya vimos, depende de lo verde.
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El autor es Miguel Rivas Soto (@migrivass), doctor en ciencias por el instituto de Ecología de la UNAM y director de santuarios marinos para Oceana en México.
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1. Gobierno de México 2018. Importancia de los manglares como reservorio de carbono azul. https://www.gob.mx/semarnat/articulos/importancia-de-los-manglares-como-reservorio-de-carbono-azul
2. Semarnat Nellemann, C., Corcoran, E., Duarte, C. M., Valdés, L., De Young, C., Fonseca, L., Grimsditch, G. (Eds). 2009. Blue Carbon. A Rapid Response Assessment. United Nations Environment Programme, GRID Arendal.
3. Joy A. Kumagai, Matthew T. Costa, Ezequiel Ezcurra, Octavio Aburto-Oropeza (2020): ¿Cuál es el valor del carbono azul en los manglares? dataMares. InteractiveResource.
4. AGEDI. 2014. Building Blue Carbon Projects – An Introductory Guide. AGEDI/EAD. Published by AGEDI. Produced by GRID-Arendal, A Centre Collaborating with UNEP, Norway.
5. Valderrama-Landeros, L., Troche, C., Rodríguez, M. T., Márquez, D., Vázquez, B., Velázquez, S. et al. (2014). Evaluation of mangrove cover changes in Mexico during the 1970-2005 period. Wetlands, 34, 747-758.
6. Alongi DM. Carbon sequestration in mangrove forests. Carbon Management. 2012;3: 313–322.
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