Rafael Morgan Ríos
Ante el justo reconocimiento a la vida y obras de Manuel de Jesús Clouthier, Maquío, al grabar su nombre en el Muro de Honor del Congreso del Estado, es conveniente recordar el profundo sentido de su liderazgo, que se manifestaba no sólo en su actuación socio-política más importante, sino también en los pequeños actos cotidianos, familiares, empresariales y de amistad.
Si, como repetía Maquío, la política es la actividad gestora del bien común, esa actividad debe venir encabezada por líderes. El liderazgo político es la vocación superior del hombre.
Maquío repetía una y otra vez... “aquí venimos a dar, no a ver qué nos llevamos”. Porque Maquío se dio completa y totalmente a su trabajo, mejor aún, a sus ideales que compartía con sus seguidores. Todo nos dio, nada nos quitó, nada se llevó.
Habría que decirles a los mexicanos de hoy y de mañana: en política es siempre más los que se da que lo que se recibe y aquel que irrumpe en la política para ver que saca, enseña el cobre y se le ven los pies de barro más pronto de lo que se imaginan y en lugar de tener homenajes y monumentos como Maquío, tendrán el olvido y el desprecio de sus seguidores.
Un buen líder, un verdadero líder, está siempre dispuesto a pagar el precio. El reconocimiento del pueblo, el recuerdo perenne, el cumplir con el compromiso, en suma, el utilizar bien los talentos que Dios nos encomendó, tiene un precio.
Maquío pagó el precio como empresario
Maquío pagó el precio como líder empresarial
Maquío pagó el precio como líder político
Y hasta se puede decir que pagó el precio como líder de su familia.
¿Cuántos de nuestros líderes estarían dispuestos a pagar el precio? ¿A perder negocios o empleos y aportar recursos en la lucha por el bien común? ¿Se estaría dispuesto a sufrir desaires y desprecios de amigos y colegas y a robarle tiempo al descanso, a la familia o a aquello que más nos gusta?
Pero México, los pobres de México, los campesinos, los indígenas, los analfabetas, los braceros y en general los marginados, aquellos que no saben nada del bien común ni de la dignidad de la persona humana, siguen exigiendo de los líderes políticos el cumplimiento de las promesas políticas, la congruencia, la honestidad que tanto se predican y que no se tienen. Siguen esperando líderes que se entreguen a un ideal, que no solo estén buscando una chamba, un hueso, un empleo burocrático o básicamente el poder.
Maquío pagó todos los precios. Dio su vida en el surco del ideal. Nos dejó ejemplos de entrega. Nos indicó el camino, se dio todo sin exigirnos nada, excepto que nosotros también hiciéramos nuestra parte, que no enterremos nuestros talentos, pues la solución de los problemas de México está en los mexicanos, no en los extranjeros.
Finalmente, algo que tenemos que imitar de Maquío era su alegría de vivir. Maquío veía la vida como una aventura. Redescubría a la gente cada vez que se reencontraba con ella. Repetía frases o episodios de sus amigos y aun de sus detractores. Lo mismo contaba chistes de Don Enrique Murillo que de Toledo Corro o de Labastida y de Salinas, “su pequeño enemigo”. Esto le permitía a Maquío ser sinérgico, es decir, irradiaba energía positiva, creía en los demás y se convertía así, automáticamente en catalizador del cambio.
Mejoraba todo aquello en lo que intervenía, sea el Consejo Coordinador Empresarial, el Partido Acción Nacional, las campañas políticas, las organizaciones religiosas o sus propias empresas.
Y todo esto es la esencia del líder y en su momento, del gobernante y del estadista. Porque estos son todavía los líderes que México y Sinaloa requieren.
La transición sigue. La transición está en proceso, sigue avanzando, atacando los enormes y graves problemas nacionales y locales que provocan los regímenes unipartidistas, centralistas, presidencialistas, populistas y antidemocráticos.
El México democrático apenas lo estamos construyendo.
Hoy, como Sancho le dijo al Quijote, ya estamos en el horizonte porque estamos parados en hombros de gigantes como Maquío.
“Vi huir a mis amigos; y al mirarlos, el infinito bien de conocerlos,
Me redimió de la necesidad de amarlos.
Vi avasallados mis bienes y riquezas, por quien más debieron
Defenderlos, pero comprendí al dejar de poseerlos,
El bien de no necesitarlos.
Bienes, poder, vanidad y oropel...
Todo con el ayer se ha ido.
Pero me quedo con mi hogar inmáculo,
Mi fe en mi honor, como supremo báculo
Por no claudicar, nada, nada he perdido”.
Manuel J. Clouthier.
cp_rafaelmorgan@hotmail.com