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"OPINIÓN"

"El avión: distractor o símbolo"

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21/01/2020

    Roberto Blancarte

    roberto.blancarte@milenio.com

     

    Puede ser que la frustrada venta del avión presidencial sea un distractor, pero también puede ser un símbolo de la ligereza e impreparación con la que López Obrador actúa, de las promesas incumplidas y de la incapacidad para hacer un buen gobierno.

    Cuando el Presidente de la República se vuelve un chiste y objeto de sorna nacional e internacional, el asunto no es desatendible.

    Por eso, sin olvidar los muchos otros problemas por los que pasa esta administración gubernamental, no está de más detenerse un poco en la cuestión. Para empezar, porque el avión presidencial, con todo su tamaño que lo hace inevitable, si bien quiso ponerse como ejemplo del despilfarro de previos gobiernos, ahora se está convirtiendo en el símbolo de la ineptitud de la 4T. Sus defensores, que en las causas más perdidas siempre los hay, hablan de la genialidad del Presidente, que con eso está engañando a sus detractores, distrayéndolos de los verdaderos problemas del País y de los verdaderos proyectos que se están haciendo avanzar, de manera subrepticia.

    La genialidad también estaría en haber vendido un eslogan de campaña completamente falso, a sabiendas de que el avión era arrendado y no se podía vender, o no era tan fácil hacerlo. Lo cual, supondría una contradicción: o AMLO sabía que esto era un engaño (lo cual deja mal parada su moralidad política) o no lo sabía, entonces es superficial e impreparado.

    Ahora bien, el Presidente tiene razón en decir que el Dreamliner es mucho avión para nada más ir hasta Tijuana o Cancún. En efecto, esos aviones le sirven a los estadistas con fuelle mundial, que tienen que viajar al otro lado del mundo varias veces al año. Lo cual no quiere decir que podría tener un avión más pequeño y apto para distancias cortas o medias y sin todas las comodidades del que quiere vender. Me pregunto si algún día alguien hará la cuenta de lo que se gasta en los viajes comerciales del Presidente y su comitiva, comparado con lo que supuestamente se estaría ahorrando, aunque a eso hay que agregarle lo que se tiene que pagar por tener estacionado a ese avión. No me parece, en todo caso, la mejor demostración de ahorro y eficiencia gubernamental, por donde se le quiera ver.

    Para mí, de cualquier modo, lo más deleznable me parece la reacción de los esbirros del Presidente, de aquellos que, pudiendo aprovechar la oportunidad de quedarse callados, no sólo aplauden la idea de la rifa, sino que se comprometen a sacar el asunto adelante. O sea, de todos aquellos que, en una nueva versión de la incondicional bajeza, cuando el Presidente les pida la hora, le van a contestar: “la que usted quiera, señor Presidente”. Esos mismos que, renunciando a toda capacidad crítica o de pudor político, no sólo se negarán a matizarlo o incluso contextualizarlo, sino que lo seguirán en sus empresas más descabelladas.

    No es entonces un asunto menor, lo del avión presidencial. Es un símbolo de la mentira o de la ineptitud política, acompañada por más vil abyección de algunos, que ahora se quiere disfrazar de genialidad. Pero el avión sigue allí, todos los días, para recordarnos que es muy fácil hacer promesas, con tal de llegar al poder.