La semana pasada, invitado por una Universidad tuve la oportunidad de compartir una conferencia y un taller, la conferencia fue para alumnos de preparatoria, y en ella les hablé sobre la desilusión que parece inminente para muchos de nosotros cuando tenemos esa edad, el mundo se ve tan caótico y las exigencias nos parecen un sinsentido y es que precisamente ¿qué sentido tiene en un mundo que parece hacerse pedazos pensar en el futuro?
Sobre eso platicamos, sobre la oportunidad que tenemos a través de nuestros pensamientos, nuestras conversaciones y nuestras acciones de incidir en el otro y que el otro incida en nosotros. Reflexionamos sobre cómo hemos construido comunidades y sociedades gracias a la confianza y cómo la confianza sigue siendo esa substancia que nos mantiene unidos. Charlamos sobre cosas que escribo acá, de las que reflexiono constantemente y que estuve encantado de compartir con un público tan joven. Sin embargo este espacio no es para hablar de esa charla sino de una pregunta que me llegó al final.
Una vez terminada la conferencia y con los alumnos retirándose, hubo uno en particular que se me acercó y me dijo en voz baja: “Yo quisiera hacer algo por los demás, aportarle al mundo, pero hago arte y estoy consciente de que es inútil, ¿qué podría hacer?” La pregunta me tomó por sorpresa, porque dentro ella había varios enunciados que merecían la pena de tocarse uno a uno, pero no había tiempo, ya se estaba volteando listo para retirarse, así que solo le contesté:
“Sigue haciendo arte, porque con eso le estás aportando al mundo, estás haciendo algo por el otro, el arte parece inútil, hasta que encuentras consuelo en ella porque has perdido a alguien que amas o te reconforta porque has encontrado a alguien que amas, parece inútil, hasta que te das cuenta que escuchando, leyendo, mirando, tocando la obra de alguien más, sabes que alguien se ha sentido exactamente como tú, que no estás solo, que hay otro, otros, que lloran, viven, enferman, desesperan, y que te lo dicen en su lenguaje, en su obra, en su forma, escuchan y te escuchas, para eso sirve el arte, el arte en sí mismo es resistencia, para decir que estás vivo y que este sistema tiene otros lados además de comprar y vender, el arte es inútil, hasta que te toca, no dejes de hacerlo, porque con ella haces mucho por el otro, haces mucho por este mundo”.
Me dijo: “Gracias”, y se fue. No sé si le convenció mi respuesta, yo no sé si me convenció mi respuesta, fue casi un grito desesperado para decirle no te rindas, yo muchas veces necesito repetírmelo, es seductora la renuncia, es seductora la renuncia en un mundo que parece no apreciar la pausa, el encanto de la contemplación, la narración, lo que está por encima del consumo, aquello que se sale de las etiquetas, del empaquetado y su comercialización, por eso creo que hoy el arte es resistencia.
Hay revolución en la poesía, filosofía en la música, valentía en la escultura, reflexión en el teatro, crítica en el cine, pasión en la danza, discurso en la pintura, divergencia en el diseño, en fin, está lleno de eso que nos humaniza, y en una sociedad que cada día se deshumaniza más, el arte parece el bote salvavidas.
No hay respuestas simples, no hay soluciones mágicas, no es la educación, el arte, el deporte, la terapia, lo que nos va a salvar de nosotros mismos, pero quién sabe si todos juntos, todo junto.
Gracias por leer hasta aquí, nos leemos pronto.
Es cuánto.
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@isaacarangureconacentoenlae