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Los apostadores coquetean con la posibilidad de controlar la fortuna, el destino. Creen que algo en ellos es superior. Gobernar exige justo lo contrario: cálculo y raciocinio.
El Presidente apostó a varias fichas. Serían los pilares de su “transformación”. Su popularidad le daría un apoyo para imponer sus caprichos. De haber obstáculos, convocaría a consultas espurias. Se salió con la suya en el aeropuerto. Lo hemos pagado muy caro. Su mítica aprobación sigue alta, pero no es extraordinaria, está por debajo de otros presidentes en el mismo momento de gobierno. Para mantener ese mito, apostó a invadir y dominar la agenda pública, a gobernar desviando la atención de asuntos nodales, a envenenar, a insultar, a amenazar, dividir todo con la vana esperanza de que sus palabras serían más poderosas que la realidad. Intentó de manera machacona convencer sobre las diferencias: “No somos iguales”. También apostó al apoyo militar para todo tipo de funciones.
La puesta en escena empezó a tener tropiezos muy pronto. Nunca aparecieron los cantados 500 mil millones de pesos de corrupción. Las agresiones a los inversionistas -sobre todo en el sector energético- minaron con rapidez la confianza empresarial. Las inversiones se contrajeron. El crecimiento sexenal podría ser cercano a cero. Las “mañaneras” se convirtieron en un búmeran. Jorge Ramos, el tenaz y agudo periodista, y otros, han exhibido al Presidente en sus contradicciones y mentiras. En su más reciente lance Ramos restregó públicamente las cifras de violencia: “...el gobierno de AMLO ya es el más violento de nuestra época”. La correlación está: a mayor militarización de la seguridad, más muertos. No habrá cambio de estrategia, dijo el interpelado con orgullo. Cientos de denuncias por violaciones militares a los DDHH, se acumulan en la oscura conciencia de la presidenta de la CNDH. Es el mismo gobierno que comparó a la ONU con el ISSSTE y que se cree con la autoridad moral de sugerir un plan de paz para el mundo. ¡Hasta dónde lleva la vanidad!
Las mentiras, los enredos, la falta de profesionalismo sustituido por la lealtad, han tenido severas consecuencias. México es campeón en muertes en exceso provocadas por Covid. 5 millones de vacunas se irán al drenaje y “se perdieron” otras 856 mil. La estolidez sigue: para los menores de 5 años con algún padecimiento especial, no hay vacunas en México. Es negligencia criminal. La obsesión por destruir instituciones sigue. El fisco pierde 2 mil 350 millones de pesos en piratería de cigarrillos; el sobreprecio no calculado de la refinería podría rondar los 200 mil millones de pesos. La cancelación del NAICM costó alrededor de 300 mil millones de pesos, pero eso sí, pretenden reducir el presupuesto del INE en mil 500 millones. En cuatro años gastaron el 85 por ciento de lo ahorrado en un cuarto de siglo. La farsa llegó a sus límites. Empieza el colapso y será escandaloso.
Quinto año, el gobierno, se acaba. La opacidad y la corrupción burbujean incansables. Los miembros de las Fuerzas Armadas -que no son marcianos sino seres humanos- hoy están expuestos en multitud de frentes para los cuales no fueron preparados: seguridad, aduanas, puertos, aeropuertos, un banco, ferrocarriles, distribución de medicinas y lo que se les ocurra. Difícilmente saldrán bien librados y está en riesgo algo muy valioso, histórico, su reputación. Las reformas constitucionales no tienen la puerta abierta. A pesar de todas las presiones y mañas, la SCJN no está capturada. Al centralizar el mando y tomar rumbo al precipicio, el abandono del líder, del barco, ya comenzó. Las divisiones en Morena solo crecen.
Como puntilla está la afortunada filtración a Peniley Ramírez que desnuda complicidades civiles y militares en el caso Ayotzinapa. Las versiones del “pueblo bueno” y el Ejército del pueblo se desmoronan.
El apostador olvidó que la suerte normalmente termina traicionando a quién la invoca. La herencia será vergonzosa. Las cartas están sobre la mesa: perdió él... y México.