El amor en tiempos de Instagram y Tinder

ENTRE COLUMNAS

    Hasta hace un par de décadas, si te gustaba una chica (o chico), tenías que ir y presentarte “cara a cara”. No cualquiera tenía la seguridad y valor para hacerlo. Generalmente se daban las relaciones entre individuos que compartían algún espacio en común; el trabajo, en la escuela, en algún centro de recreación. Si conseguías tener su atención, tenías que apuntar su teléfono en una servilleta y llamarle a su casa al día siguiente. Tal vez te respondía su protector papá, su mamá, o su celoso hermano mayor. Marcabas y colgabas, hasta que te armabas de valor para entablar comunicación con esa persona.

    Ahora es mucho más fácil, con las redes sociales virtuales basta mandarle una invitación por Facebook, Instagram o Tinder. Las posibilidades no son limitadas al espacio de interacción social, el umbral es casi ilimitado. Y si hay un “match” se pueden mensajear directamente en tiempo real. Si no hay química simplemente le eliminas de tu red de amigos, y listo, desaparece de tu vida.

    La generación de nuevos jóvenes, comúnmente llamados “millennials”, es la primera que crece rodeada de medios digitales y está acostumbrada a socializar en línea. Y por supuesto, sus vidas giran en torno a las redes sociales.

    En estas plataformas, se idealiza a la persona mediante sus fotografías y videos. Casi todos muestran personalidades y cuerpos atractivos. Son pocas las publicaciones en las que muestran problemas personales o días malos. Presumen de un cuerpo “perfecto”, horas de ejercicio en los gimnasios y continuas sesiones de belleza.

    En ese contexto se pueden generar relaciones amorosas aún sin conocerse personalmente. En la posmodernidad serán cada vez más comunes las relaciones “on-line”. Creo incluso que la pandemia del Covid-19 ha estimulado esta forma de interacción social a distancia.

    Los riesgos:
    El “Catfishing”

    Lo efímero de las relaciones virtuales, trae algunos riesgos como lo es el “catfishing”. Ésta es una actividad engañosa en la que una persona se crea una cuenta de usuario o un perfil falso con el objetivo de estafar o abusar de una persona.​ Esta actividad puede usarse para obtener beneficios económicos, comprometer a la víctima de alguna manera, o simplemente para cumplir algún deseo en concreto.

    Normalmente, la persona que practica el catfishing usa fotos y hechos de la vida de otra persona para que parezca una persona real. Además, suele ocurrir que la persona real a la que se está suplantando ni siquiera sabe que están usando sus fotos y su nombre; desconocen que su identidad está siendo utilizada para crear falsas relaciones amistosas u amorosas en línea. Quien practica el catfishing lo hace para parecer una mejor versión de sí misma al usar una identidad falsa.

    Ese hombre aparentemente millonario, con fotos de viajes en jet privado, o a bordo de yates de lujo, tal vez sea un estafador que escribe desde una celda en prisión. O esa chica atractiva, puede ser un desconocido que pronto le estará pidiendo un préstamo.

    Hasta ahora no hay un marco normativo que regule esta práctica. A pesar de tratarse de una cuestión bastante delicada y que puede llegar a traer problemas económicos, psicológicos y sociales, la ley no ampara al que ha sufrido este tipo de abuso virtual.

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