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La vi hace casi 20 años y, a la fecha, no me canso de verla. La Corporación es una película documental que analiza, de manera descarnada, los efectos sociales de algunos despropósitos morales cometidos por los equipos directivos que conducen empresas transnacionales bastante conocidas.
En general, el filme no tiene desperdicio, pero, en lo particular me encanta la parte donde se analizan algunos rasgos de la personalidad corporativa, comparándolos con los de una persona psicópata: 1) desprecia la seguridad e integridad de los demás; 2) es incapaz de sentirse culpable por lo que hace y los efectos de aquello que hace; y, 3) tiene muchísima dificultad para respetar el marco de normas y leyes que regulan la convivencia armónica y seguridad en la sociedad.
A la personalidad psicópata debemos sumar la miopía moral, la cual impide a la organización reconocer sus principios y deberes éticos. Una empresa moralmente ciega es aquella que orienta su actuar con la vista puesta únicamente en las ganancias, dejando de lado todo aquello que tiene que ver con su responsabilidad social.
Los casos abordados en el documental empatan a la perfección con las decisiones a las que conduce una mente enferma por la psicopatía y la avaricia. El caso de “La guerra del agua” en Cochabamba, Bolivia, sin duda, es paradigmático. Me explico.
Entre los meses de enero y abril de 2000, las calles de Cochabamba se llenaron de personas exigiendo poner fin a los abusos cometidos por el consorcio Aguas del Tunari. Gracias a la firma de un contrato amañado entre el gobierno de turno y la compañía, el agua se convirtió en un bien suntuario imposible de pagar por una sociedad aquejada por la pobreza endémica. De la noche a la mañana, el precio del agua se disparó entre un 50 y 300 por ciento. Campesinos y habitantes de la ciudad, sin recursos para poder hacer frente a las tarifas, salieron a las calles, prácticamente, decididos a mantener a salvo sus vidas. Con bastante incomodidad y muchas dificultades, podemos vivir sin ventilador, coche, internet o una casa con menos de dos recámaras, pero, ¿cómo vivir sin agua?
A lo largo de casi tres meses, las protestas, por razones obvias, encarnaron una reivindicación de vida o muerte, dejando algunos muertos, cientos de heridos y otros cientos más de encarcelados. La revuelta social se extendió al resto del país hasta concluir con la cancelación de un contrato ridículo que prohibía a las personas, incluso, recoger agua de lluvia, ya que toda el agua de Bolivia, absolutamente toda “pertenecía” a Aguas del Tunari (la de los pozos ubicados en el terreno de los campesinos, la que bajaba por los ríos y arroyos, la dada por las nubes e, incluso, la regalada por el rocío que bañaba las mañanas bolivianas).
Traigo a cuento esta historia, porque un despropósito de tal magnitud puede convertirse en un fenómeno global, debido a que un bien común indispensable para la supervivencia de toda la humanidad, deja de ser un derecho humano para convertirse en un commodity más con los que los corredores de bolsa especulan cada mañana en Wall Street.
Al momento, como señala Rubén Rivera, “en el Nasdaq Veles California Water los involucrados son grupos como municipios, fondos de cobertura o agricultores de California que podrán cubrir el precio de entrega del agua o, caso contrario, protegerse contra la escasez de la misma”.
La experiencia vivida en Bolivia saca a la luz los perniciosos efectos del Nasdaq californiano.
La llegada del agua como especulación a la bolsa pondrá en jaque la vida de muchos, porque la lógica especulativa que pone en marcha este tipo de mercados nunca está a salvo de los efectos que provocan las burbujas financieras.
Así, de ser un derecho humano indispensable para nuestra supervivencia y continuidad futura en la tierra, el agua pasará a ser un producto como el petróleo o el oro que fluctúan bajo la racionalidad del mercado con base a la manoseada lógica de la oferta y la demanda.
Como señala Michael Sandel, si bien es cierto que hay algunas cosas que el dinero no puede comprar, la lógica y los valores del mercado, dramáticamente, gobiernan muchos aspectos de nuestra vida, de ahí que debamos “reflexionar sobre los límites morales del mercado.
Necesitamos preguntarnos si hay algunas cosas que el dinero no puede comprar”.
A decir de este autor, hay dos razones por las cuales debemos preocuparnos cuando en la sociedad cualquier cosa puede ser puesta a la venta: la producción y agudización de la desigualdad y la corrupción.
En una sociedad en la que todo está en venta, continúa Sandel, “la vida resulta difícil para las personas con recursos modestos. Cuantas más cosas puede comprar el dinero, más importancia adquiere su abundancia (o su ausencia). Si la única ventaja de la abundancia fuese la posibilidad de comprar yates y coches deportivos y de disfrutar de vacaciones de lujo, las desigualdades en ingresos y riqueza no importarían mucho. Pero cuando el dinero sirve para comprar más y más cosas la distribución del ingreso cuenta cada vez más”.
La tendencia corrosiva de los mercados, a decir de Sandel, viene cuando decidimos tratar ciertos bienes “como mercancías, como instrumentos de provecho y de uso”. Ejemplos que ilustran la gravedad de este hecho sobran por montones.
¿Por qué una mujer decide embarazarse? ¿Por qué alguien se sienta a leer un libro de cuentos o una novela de aventuras? ¿Por qué deseamos entablar una amistad con alguien? ¿Por qué se impone la veda para la caza de ciertos animales o se declara una zona como ecológicamente protegida?
Si todos estos asuntos, y otros por el estilo, se ponen bajo la lógica del mercado, quedan desfondados, pierden su razón de ser. ¿Se imagina “rentando” los servicios de alguien que esté dispuesto a venderle algunas horas de amistad? ¿Qué pasaría si solo leyéramos libros que nos reporten algún beneficio económico? ¿Se imagina aprovechar la juventud de una de sus hijas, hermanas, sobrinas o, incluso, la de su esposa, para que gane dinero “horneando” en su vientre el hijo de otra mujer? La amistad, el placer de la lectura o la capacidad de ser madre se desfondarían, porque desvirtuarían su razón de ser.
Por estas razones, y muchas más, el agua no debe ser puesta bajo la lógica del mercado de valores.
De no revertir esta decisión, hasta el aire que respiramos o la posibilidad de ver y admirar lo que nos rodea, sean un commodity que debamos comprar.