Ejército y Policía defienden a Culiacán
Dan la vida en cumplimiento del deber

OBSERVATORIO
    Es importante virar ahora un poco la conversación pública que le destina toda la atención, cobertura y también gran parte de la credibilidad al crimen organizado que libra una feroz batalla intestina, y comenzar a poner en el foco cívico a las centenas de integrantes del Ejército Mexicano, Marina Armada, Guardia Nacional y Policía Estatal Preventiva que en el fragor de esta guerra que no quiere ni merece Culiacán se juegan el todo por el todo para que las autoridades estatales y municipales garanticen la estabilidad con legalidad.

    Cuando el bucle de turbación que hoy atrapa a Culiacán lo permita, podríamos los sinaloenses valorar la tenacidad de elementos del Ejército y la Policía en los esfuerzos por lograr que la seguridad pública predomine en el contexto de miedo que decreta el “sálvese quien pueda” generalizado, menos aquellos que arriesgan la vida, sacrificándola algunos, para proteger a la ciudadanía pacífica. Tal vez el azoro requiera a la gente ocupada en trazar las escapatorias y ni siquiera quede serenidad para poder detectar a los que construyen las rutas más confiables hacia la Ley y el orden.

    Entre los hechos violentos registrados al amanecer del 9 de septiembre en los sectores La Campiña, Miguel Hidalgo y Las Quintas, en Culiacán, perdió la vida el Sargento Segundo de Infantería identificado como César Augusto Sosa, originario del estado de Yucatán, cayendo lejos de su tierra en cumplimiento del deber, en defensa de la paz anhelada por los habitantes de la capital de Sinaloa que enfrenta consecuencias terribles debido al accidente geográfico que la convierte en cuna de líderes del narcotráfico.

    Cada vez que células criminales ponen en jaque a Culiacán, los miembros de la fuerza pública militar y civil han sufrido bajas lamentables que en la mayoría de las veces son desapercibidas en los partes de guerra, y la pérdida que alcanza a las familias no pasa por la conmoción de la sociedad que se benefició por los servicios prestados con heroísmo. Inclusive en los contenidos de redes sociales y medios de comunicación paradójicamente destaca la crónica de malandros retando al Estado y desvanece la función defensora de soldados y policías.

    Más recientemente, el 29 de agosto, otro grupo de soldados se enfrentó a comandos armados del narco en la comunidad de Paredones, en la zona de Jesús María, pues al intentar contener a los civiles armados las fuerzas del Gobierno recibieron la reacción violenta que se extendió al área conurbada de Culiacán, detonando el pánico en la población que creyó era el inicio de un nuevo “culiacanazo”. Pudo haberlo sido, sin embargo, lo evitó el valiente cerco militar tendido en torno a los facinerosos.

    No se trata de algo nuevo, más bien es parte de la normalización que deriva de ser testigos frecuentes de sucesos sangrientos y desarrollar la capacidad de somatizarlos rápido como catarsis de la sobrevivencia. En otro septiembre, el día 30 del año 2016, fue emboscado un convoy castrense en la salida norte de Culiacán dejando el saldo de 5 muertos y 10 heridos, en su mayoría personal de la Secretaría de la Defensa Nacional. Los militares acuartelados en Badiraguato trasladaban a un cabecilla del narco que resultó herido en un enfrentamiento, al cual rescataron a sangre y fuego sus secuaces.

    Se trata del Ejército Mexicano que ha transitado desde la obligación de defender la soberanía nacional a la responsabilidad puesta por decreto en sus manos de reponer la seguridad pública. Militares que inspiran confianza al sacudirse el viejo estigma, al menos sí el personal raso, de coludirse con el narcotráfico en vez de combatirlo. Soldados que están aquí, entre nosotros, dispuestos a dar la vida propia, y dejar desprotegidas a sus familias, en la misión de amparar la integridad física y patrimonial de los sinaloenses.

    Es importante virar ahora un poco la conversación pública que le destina toda la atención, cobertura y también gran parte de la credibilidad al crimen organizado que libra una feroz batalla intestina, y comenzar a poner en el foco cívico a las centenas de integrantes del Ejército Mexicano, Marina Armada, Guardia Nacional y Policía Estatal Preventiva que en el fragor de esta guerra que no quiere ni merece Culiacán se juegan el todo por el todo para que las autoridades estatales y municipales garanticen la estabilidad con legalidad.

    Si hoy no podemos hacerlo porque los tremendos miedos anulan la posibilidad incluso de identificar a los buenos y los malos de la coyuntura bárbara en que estamos, que sea cuando cese el fuego cruzado el momento de expresarles el agradecimiento a los que en el frente de los bienhechores combaten a personajes o camarillas incapaces de reflexionar sobre el daño que le ocasionan a culiacanenses desligados por completo de actividades criminales.

    Habrá un momento para la gratitud más allá del ritual que le ofrece la Sedena a la familia del Sargento César Augusto, caído en la batalla por la defensa de Culiacán, manifestándole que “en este momento de profundo dolor queremos expresar nuestras más sinceras condolencias por la pérdida de Sosa Hau. Su valentía y dedicación al servicio de nuestra nación nunca serán olvidadas”. Un día de estos estaremos en posibilidad los culiacanenses de rendirle los honores que merece.

    Manifestarles un “¡gracias!” por cada culiacanense que salga bien librado en estos días de 24 horas de oscuridades.

    Reverso

    Debemos agradecimiento,

    Y se queden en la memoria,

    A los que defienden con gloria

    A nuestro Culiacán violento.

    Silencio atemorizante

    Quién sabe qué criterios utilizarán los mandos militares que tienen a cargo el actual operativo para pacificar a Culiacán al esperar que el miedo haga presa a la población y a las horas emitir el aviso de que todo está bajo control, que la tranquilidad debe ser restablecida en todos los quehaceres de los culiacanenses. Ayer se retrasaron otra vez las medidas de freno al pánico que surge cuando las redes sociales presentan un Culiacán y comunidades aledañas tomadas por la delincuencia. Ante la falta de información oficial la intranquilidad hizo que la gente hiciera hasta lo imposible por ubicarse en lugares donde se creyó a salvo.