El ideal de un mundo mejor permanecerá como sueño y quimera, mientras no entendamos que todo comienza con la transformación de nuestra vida entera. En efecto, no podemos reclamar el violento rostro del mundo, si no educamos ni vivimos los fundamentales valores: verdad, amor, paz, sinceridad, gratitud, bondad, perdón, libertad, empatía, responsabilidad, paciencia, humildad, fortaleza, solidaridad, templanza, generosidad.
Hasta un filósofo del absurdo, como Albert Camus, defendió contundentemente esta afirmación en su libro Moral y Política: “Mi papel, lo reconozco, no es de transformar el mundo ni al hombre. No tengo suficientes virtudes ni luces para ello. Pero sí es, quizás, el de servir, desde mi puesto, a algunos valores sin los cuales un mundo, aun transformado, no vale la pena de ser vivido, sin los cuales un hombre, aun el hombre nuevo, no merecerá ser respetado... No vivimos sólo de lucha y de odio. No morimos siempre con las armas en las manos. Hay historia y hay otra cosa, la felicidad simple, la belleza natural”.
Años antes, en marzo de 1945, exhortó vivamente a los estudiantes franceses: “No soy de los que predican la virtud; demasiados la confunden con la debilidad. Si tuviera algún derecho, les predicaría más bien la pasión... Quisiera que no cediesen cuando se les diga que la inteligencia está siempre de más, cuando se les pretenda probar que es lícito mentir para triunfar más fácilmente. Quisiera que no cediesen ante la astucia, ni ante la violencia, ni ante la abulia”.
Y, los alentó a vivir amorosamente su encendido ideal: “En una nación libre y apasionada por la verdad, es necesario que el hombre vuelva a sentir ese amor por el hombre sin el cual el mundo sólo sería una inmensa soledad”.
¿Educo en valores? ¿Trato de integrarlos a mi vida?