|
"Educación y Sociedad"

"Educación y la pacificación del país"

""

     

    Investigador Titular del Centro de Investigación e Innovación Educativa del Sistema Educativo Valladolid (CIINSEV).
    Correo: fidel.ibarra@sistemavalladolid.com
    Twitter: @Fidel07748306

    El presente artículo tiene vasos comunicantes con los hechos ocurridos en días pasados en Culiacán, Sinaloa; pero no se detiene ahí. Esos hechos son dramáticos, en efecto; pero son una pieza más en la cronología de la violencia que se vive en México desde hace más de dos décadas. Una era de violencia que nos ha descompuesto como sociedad y que amenaza incluso con balcanizar algunas regiones del país.

    ¿Cómo llegamos aquí? Hay varias lecturas al respecto, de las cuales no nos vamos a ocupar en este espacio. Nos interesa más otra pregunta que nos pone directamente frente al nudo gordiano que tenemos enfrente; y la interrogante es la siguiente: ¿cómo salimos de esto? El objetivo, señala el Presidente, es pacificar el País; pero el problema radica en los cómos. Ahí no se tiene claridad. Ni en el gobierno, ni en la sociedad mexicana. Por eso indico la metáfora del nudo gordiano; puesto que indico con ello que pareciera que estamos ante un nudo (problema) que no se puede desatar.
    Me explico: Al iniciar su gobierno, el Presidente López Obrador trazó dos vías para enfrentar el problema de la violencia en México. En primer lugar, anunció un cambio de paradigma en materia de seguridad, pasando de enfrentar los resultados a confrontar las causas; esto es, la pobreza, la marginación y la desigualdad social. De ahí surge la política social fincada en los programas de bienestar que atienden a los sectores sociales más desprotegidos.
    Asimismo, anunció la Cartilla Moral como vía para hacerle frente a la pérdida de valores que ha sufrido la sociedad mexicana tras estos años de política económica neoliberal y de violencia atroz. Esta era de violencia, de pobreza y desigualdad, el presidente la ha calificado como de “Decadencia”. Y para tal efecto, empuja un modelo económico fincado en el bienestar económico y un modelo de seguridad que tiene como principio una condición sociológica, dado que se acompaña de la política social para confrontar la inseguridad.
    Todo lo anterior está seriamente cuestionado en la opinión pública tras los hechos ocurridos el 17/10 en Culiacán. De golpe quedó demostrado el tamaño del monstruo que se tiene enfrente. Y no parece ser, en el corto plazo, la vía más adecuada para confrontar el problema. Pero el Presidente persiste en señalar la vía (sociológica) planteada en el Plan Nacional de Desarrollo y por ese lado se va a mantener. Habrá que esperar si no repite otro 17/10 como el que se presentó en Culiacán. Ese es el riesgo de aquí en adelante.
    Pero vayamos al punto: La apuesta del Presidente para pacificar el País tiene que ver con la reconstrucción del tejido social, entendiendo por este concepto la reconfiguración de los vínculos sociales e institucionales que favorecen la cohesión y la reproducción de la vida social. En ese sentido, es una apuesta por la paz. Y para un proyecto de gobierno con ese propósito la educación se constituye en una pieza fundamental. Vista ésta en sus dos dimensiones, como proceso social (macro), y como proceso formativo y escolarizado que se desarrolla al interior de las escuelas.
    Como proceso social, la educación involucra a todos los agentes de socialización que se tienen en una sociedad (familia, escuela, empresas, iglesia, medios de comunicación). Y desde esta perspectiva, cada una de estas instancias se constituye en una agencia de valores para el individuo. Pero la reconstrucción del tejido social pasa por esas zonas que han sido gravemente dañadas por la violencia. Y en ese plano, la importancia radica en el concepto de comunidad, y no en el de sociedad. Y por comunidad se entiende a los actores que forman parte de la escuela (directores, maestros y personal no docente), así como a los padres de familia y a las personas que viven en torno a un centro escolar. Y en esas zonas, las escuelas se constituyen en una pieza clave para la generación de cultura en la comunidad. De nada sirve una política social que busque impactar en las condiciones de pobreza de un sector de la sociedad si no se generan condiciones preventivas contra la violencia desde las escuelas.
    En cierta forma, ante la coyuntura que estamos viviendo en México, la interrogante del para qué se educa se debe replantear incluso, puesto que se vuelve imperativo que se establezca como prioridad en el sistema educativo mexicano, la formación ciudadana. Hoy, como nunca, es necesario que las escuelas se constituyen en centros sociales y culturales desde las cuales se promueva una cultura de la paz. Y desde la Secretaría de Educación Pública se tendría que acompañar un proyecto de este tipo para que se tengan resultados.
    Si el Presidente López Obrador no le quiere apostar a la violencia -fuerza del Estado- para enfrentar la inseguridad, entonces una de las salidas se encuentra en la educación. Y la salida consiste en trabajar desde abajo: ubicar las zonas donde se tienen los mayores niveles de violencia en el País, así como las escuelas que se ubican en esa geografía. Y desarrollar una estrategia que implique una cultura de la paz. Desde el espacio microscópico de la escuela se puede ir configurando una nueva representación de la realidad social que actualmente se tiene en México.
    Agrego lo siguiente para contextualizar el punto anterior: La violencia no está distribuida de forma homogénea en el País. Hay zonas de mayor riesgo. Y esas escuelas se deben considerar como prioritarias para la construcción del tejido social.
    Así, el Presidente López Obrador tendrá que repensar cómo enfrenta la violencia en el corto plazo, puesto que los hechos de Culiacán le han plantado cara; y para el mediano plazo (y largo plazo) -como señalamos líneas arriba-, hay que fomentar una cultura de la paz desde las escuelas. Esa es la vía para prevenir situaciones de violencia en los niños que se están formando en las aulas, y para configurar una narrativa diferente en las generaciones de adolescentes y jóvenes que actualmente están en proceso de formación ciudadana.
    Finalizo con lo siguiente: La violencia no nos puede ganar esta batalla a la sociedad mexicana. Y no nos la puede ganar, porque si eso ocurre, la viabilidad del País (en su conjunto) está en riesgo. Y para un resultado de este tipo, mucho va a depender de qué es lo que se haga desde la educación. Si bien es verdad que ésta no es la única vía para resolver el grave problema de la violencia, sí es un instrumento muy importante para reconfigurar nuestro futuro.
    Un futuro que hoy está amenazado; pero todavía estamos a tiempo para rescatarlo.