“La longevidad es la recompensa de la virtud”, escribió Simone de Beauvoir. Descreo de este aforismo tratándose de Luis Echeverría Álvarez que en estos días alcanzó un siglo de edad. Sobrevivió a su poderío finalizado en 1976, casi la mitad de su vida centenaria. Llega hasta estos días lastimosamente recluido en su casa y abandonado, impune, decrépito y cargando con cinismo una historia de sangre y dolor, crímenes, represiones, violación a los derechos humanos, demagogia ampulosa desmedida de la época del priismo que tanto daño le hizo a la República.
Será recordado junto a su jefe Gustavo Díaz Ordaz y por los siglos de los siglos por el 2 de octubre de 1968 y el 10 de junio de 1971, que son fechas congeladas en el calendario del terror por quienes se autollamaban jefes de la “familia revolucionaria”. Pero hay otras fechas, muchas, innascibles en el tiempo, que cobraron cotidianidad durante la Guerra Sucia emprendida para exterminar la insurgencia guerrillera que sobrevino a la cerrazón del autoritarismo mexicano de aquellos años.
Echeverría se creyó Huichilobos presidencial, dios azteca de la guerra y la destrucción, y regó de sangre al País al lado de la operación de los aparatos de inteligencia y contrainsurgencia de la que formaron parte los criminales Fernando Gutiérrez Barrios, Luis de la Barreda Moreno, Javier García Paniagua, Miguel Nazar Haro y Antonio Zorrilla Pérez, la mayor parte de ellos oficiales del Ejército Mexicano, no obstante, que la siniestra Dirección Federal de Seguridad dependía de la antaño importante Secretaría de Gobernación.
Se buscó denodadamente fincarle responsabilidad al ex Presidente y sus cómplices, se creó una Comisión de la Verdad para los Crímenes del Pasado por el ex Presidente Fox y no se llegó a nada sustancial. Raúl Álvarez Garín buscó que el ex Presidente Echeverría pagara por sus crímenes, él se orientó por el tipo de genocidio que se descartó para no encontrar cabida a una justicia transicional, progresiva, real y saludable para la República.
La demagogia echeverrista asfixió al País con una especie de esquizofrenia tercermundista, toda una peregrina idea. Aspiró a cartas rimbombantes de vigencia universal, quiso presidir la ONU y otras lindezas por el estilo. Presumió amistad con Salvador Allende y a la vez asesinaba a muchos jóvenes en diversas partes del País, algunos lanzados vivos al mar.
Si por virtud se entiende practicar conductas que producen efectos positivos, disposición para hacer el bien o calidad moral que se considera buena con los 100 años de Echeverría, concepto se convierte en maldad, crimen y malevolencia. Ha vivido 100 años para recordar en solitario que fue asesino, matón, golpeador, ejecutor de desapariciones forzadas y delincuente contumaz.
Por eso afirmo que lo verdaderamente trágico para el País no es que forzados hayamos convivido contemporáneamente tramos de nuestra vida, sino los 100 de impunidad.