Ebriedad estética

    La emoción estética que produce la contemplación del arte en el ser humano puede compararse a un estado de ebriedad, como señaló el filósofo Friedrich Nietzsche, en su obra Incursiones de un intempestivo: “La embriaguez tiene que haber intensificado primero la excitabilidad de la máquina entera”.

    Nietzsche no se refirió solamente a la emoción del espectador que contempla la obra de arte, sino también a la pasión que confiere alas a la imaginación del artista, quien “transforma las cosas hasta que ellas reflejan su poder”. La emoción es tan intensa que puede ser fácilmente parangonada a la embriaguez o ebriedad.

    Siguiendo adelante con su exposición, señaló que existen dos tipos de embriaguez en el arte: apolínea y dionisíaca. La primera se refiere a la excitabilidad del ojo, “de modo que éste adquiere la fuerza de ver visiones. El pintor, el escultor, el poeta épico son visionarios par excellence”, afirmó.

    “En el estado dionisíaco, en cambio, lo que queda excitado e intensificado es el sistema entero de los afectos: de modo que ese sistema descarga de una vez todos sus medios de expresión y al mismo tiempo hace que se manifieste la fuerza de representar, reproducir, transfigurar, transformar, toda especie de mímica y de histrionismo”, continuó.

    En el capítulo XXVII, titulado Una muerte heroica, de la obra, El Spleen de París, el poeta Charles Baudelaire narró su impresión por la actuación del bufón Fanciullo, quien “me hacía comprobar, de manera perentoria, irrefutable, que la ebriedad del arte es la más adecuada para ocultar los terrores del abismo; que el genio puede representar la comedia al borde de la tumba con una alegría que le impide ver la tumba, perdido como está, en un paraíso que excluye toda idea de tumba y de destrucción”.

    ¿Disfruto la ebriedad estética?