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Mientras los partidos opositores aún no presentan una carta fuerte para la grande de 2024, porque unos son muy grises, como Santiago Creel, u otras son estridentes e inexpertas, como Lili Téllez, Morena, bajo el mando protector del siempre polémico López Obrador, tiene tres cartas de las que los medios y las redes hablan todos los días, tratando de encontrar señales de quién será, finalmente, la corcholata premiada.
Aún en medio de escándalos periodísticos, como el que presentó el miércoles pasado, Loret de Mola, sobre supuestos negocios ilícitos de amigos del hijo mayor del Presidente, que el periodista de Latinus induce a creer que benefician ilegalmente al vástago, y con ello, más que hacer periodismo crítico, lo que busca es desbarrancar al tabasqueño y a sus tapados; es decir, la intención de Loret es fundamentalmente política y no periodística.
La información que da el periodista yucateco no da para demandar judicialmente a nadie, pero si es sólida puede ser el inicio de una investigación periodística y posteriormente judicial de gran calado. Si no lo es, quedará nuevamente como una noticia sensacionalista que en pocos días se agotará, como sucedió con la casa gris de Houston. Todavía no hay una casa blanca como la de Peña Nieto que asfixie definitivamente a AMLO, a Morena y a sus corcholatas.
Antes de este nuevo escándalo, el domingo pasado vimos en Mazatlán un acto político que nos puede dar una idea más clara de por qué Claudia Sheinbaum se ha mantenido desde un principio como la corcholata más favorecida por las constantes encuestas que llevan a cabo diferentes casas demoscópicas.
Observándola y escuchándola a través de la televisión, plataformas y redes, así como viendo sus fotografías en periódicos y otros medios, uno encuentra a una mujer anticlimática, seria, a veces muy seria, con una retórica muy sencilla e incluso repetitiva de las tesis de López Obrador, sin brillos discursivos ni poses de tribuno (¿o debería decir: tribuna?). Ella tiene, podríamos decir, una presencia austera, sencilla. Definitivamente rompe con el esquema de una política tradicional; es decir, no es una mujer de muchas poses, teatral, inflamada y de aspavientos, al estilo de Lili Téllez.
Recordando a Carlos Monsiváis, cuando decía que Cuauhtémoc Cárdenas, al irrumpir en 1987 como el líder político que iba a acabar con la larga hegemonía priista, con su rostro inexpresivo y un discurso monótono, era el ejemplo perfecto del anti carisma y, a pesar de ello, era el caudillo que las masas populares esperaban. Y quizá ahora la ciudadanía está cansada de políticos ampulosos.
Bueno, pues, Claudia Sheinbaum, es un caso similar. No es el prototipo de una mujer carismática, pero está demostrando, y el domingo lo vimos en Mazatlán, que su imagen genera confianza. Parece ser una mujer sencilla, que no se altera, ni grita, parece equilibrada, convincente. Es pragmática y eficaz.
Quizá la gente que la esperaba el pasado domingo comparte la misma percepción porque la recibió como si fuera una líder de masas y ya fuera candidata presidencial en vísperas de ganar la elección.
Es cierto que miles de personas que la recibieron fueron “acarreadas” por operadores del Gobierno estatal y municipales, aunque, a juzgar por la cantidad de carros particulares y el número de personas que iban en cada unidad, de dos a cuatro en promedio, quizá la mitad de los asistentes lo hizo por voluntad propia. Al margen de eso, el entusiasmo de un buen número de ellos no era nada artificial, era real y desbordado. Si, quizá, porque nunca en la historia de México una mujer ha sido la favorita para llegar a la silla presidencial. Pareciera que muchas mujeres ven en ella la posibilidad de que su suerte cambie para mejorar. En un país tan patriarcal y violento, quizá se piense que una mujer inteligente y sólidamente preparada pueda encabezar un mejor gobierno que los hombres. Si llega a ganar será -imagino- con un mayor voto femenino que en cualquier otra elección.
Adán Augusto y Marcelo dan la impresión que ya se baten en retirada. Monreal ya lo hizo. No vio ninguna posibilidad por fuera y espera un premio de consolación en Morena.
Adán Augusto, en su visita a Sinaloa, tuvo un recibimiento más bien protocolario, sin punch; solo con las zalamerías fotográficas de los oportunistas. Cuén, quien había sido su principal aliado, fue marginado. El PAS ya está fuera de la jugada en Morena, porque menguada su fuerza en la UAS, vale muy poco, porque Rocha Moya lo quiere fuera de la UAS (¡pero antes que no se lleve las tortillas!) o porque Adán Augusto a tres meses de la primera encuesta de los morenos está muy por abajo en su popularidad, con rechazos crecientes, y los cuenistas pierden el que era su principal soporte.
Faltaría por ver a Ebrard en Sinaloa. Es un tipo inteligente y con muchas tablas, pero no es ningún líder de masas; es más bien, un político de aparato, eficaz, sin duda. No obstante, es más confiable para empresarios, intelectuales y periodistas distantes de Morena que para las franjas de la izquierda de este partido.
La moneda aún está en el aire y los humores de López Obrador pueden cambiar, aunque su popularidad, según las encuestas de abril, se mantiene alta, inusitadamente alta para un Presidente con tantos descalabros y bajo fuego enemigo permanente.
Mientras tanto, la desquiciada corrupción que un poder desmedido siempre genera y que muchos sabíamos existía desde varios años en la UAS, ha terminado de aflorar con las investigaciones periodísticas de Noroeste y Espejo. La mayor parte de la sociedad civil sigue callada, indiferente, o quizá temerosa, a pesar de las múltiples evidencias que se han revelado. Casi ningún empresario ha dicho nada, lo cual es lamentable, como vergonzoso es que haya columnistas que critiquen cada uno de los errores de AMLO y Rocha Moya y callen ante los escándalos pasistas en la UAS. Nunca, ni siquiera en el tiempo de “los enfermos”, a principios de los 70, se había agredido tanto a la UAS como ahora con el autoritarismo y la corrupción del PAS.