Regularmente, cuando llegamos a la edad de pensionarnos o jubilarnos, en la mayoría de los casos, ya no queremos saber nada de la actividad laboral que por largos años fue parte de nuestra vida. Cuando se trabaja de forma independiente, al acumular calendarios que rebasan la llamada tercera edad, se opta por bajar el ritmo del servicio que se oferta, sobre todo, cuando hubo manera de capitalizar parte de los ingresos obtenidos o se procuró labrar una pensión, y en los casos extraordinarios, tal vez los menos, se continúa trabajando, dándole la espalda al reloj y al calendario, bajo el convencimiento de que mientras haya vida, las oportunidades de saborear la vocación continúan presentes.
Con la anuencia del respetable, en esta oportunidad quiero compartirles el caso de un adulto mayor, muy mayor, que se mantiene activo laboralmente; con lucidez plena y convencido de que su práctica profesional le demanda mantenerse en estudio técnico permanente ya que, de otra manera, no podría cumplir con el servicio que oferta. Es todo un caso que ejemplifica que, para algunas personas, no muchas, por cierto, la edad es un número, cuando se tiene la fuerza, la convicción y el entusiasmo para continuar por la vida sintiendo el placentero sabor de saberse útil e independiente.
Bien, el personaje que me inspira es un profesional de la contaduría pública, miembro del Instituto Mexicano de Contadores Públicos Sinaloa, desde hace 31 años, socio propietario de su despacho contable, ubicado en la ciudad de Monterrey, Nuevo León.
Suena raro que su despacho se encuentre en la Sultana del Norte y sea colegiado en una agrupación profesional en el puerto mazatleco; lo que pasa es que, en los principios de los noventas, tuvo algunos clientes mazatlecos lo que le implicaba largas estancias en la localidad. Esto le permitió cultivar amigos dentro del círculo de la contaduría pública y decidió afiliarse al colegio mazatleco de contadores, a pesar de que sabía que, para cumplir con sus obligaciones de asociado, tendría que trasladarse de su lugar de origen a Mazatlán, mínimamente, unas diez ocasiones al año, las cuales, ha sostenido a lo largo de tres décadas consecutivas.
El personaje al que me refiero, es el Contador Público Certificado, don Raúl Raygoza Esparza, de 90 años de edad; sí, nueve décadas cumplidas, y en la actualidad, participando en un diplomado en materia fiscal.
Don Raúl, cursó sus estudios profesionales en el Tec de Monterrey, cuando tenía un poco más de 30 años de edad, terminando su carrera escolar, con notas de excelencia, mérito que le valió obtener una beca para tomar una especialidad en una institución estadounidense, la cual, no pudo aceptar, debido a sus compromisos familiares y laborales. A los 62 de existencia, realizó su maestría en impuestos y es hora de que no para, siguiendo el consejo de sus padres, de que nunca dejara el amor por el estudio, uno de los principios de su filosofía de vida.
El viernes pasado, el Instituto Mexicano de Contadores Públicos Sinaloa, le brindó un merecido reconocimiento al señor Raygoza Esparza, por sus méritos profesionales y por su entusiasmo por continuar actualizando sus conocimientos, para satisfacción propia y en beneficio de su clientela.
Don Raúl, a lo largo de su vida ha formado una familia sólida, con nueve hijos, y ha forjado un prestigio profesional indiscutible, y a sus 90, sí señor, sobre la barda de la edad, continúa avizorando nuevas metas. ¡Buenos días!
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