El ser humano se comunica a través de signos, símbolos y lenguajes. Podemos decir que hay un lenguaje del amor, como lo hay también del odio, rencor, egoísmo, dolor, vacío e indiferencia.
Cristina Rivera Garza publicó en 2011 un libro titulado Dolerse. Textos de un país herido, donde expresó: “Me gustaría que este libro no existiera. Y qué extraño, y qué justo, iniciar un libro deseando su desaparición”.
Ante el dolor por los asesinatos, desapariciones, injusticias, violaciones y todo tipo de tropelías, la autora señaló: “Boquiabiertos, con los vellos erizados sobre la piel de gallina, fríos como estatuas, paralizados realmente, muchos no hemos hecho más que lo que se hace frente al horror: abrir la boca y morder el aire”.
Rivera Garza remarcó la necesidad de condolerse, sentir el dolor como propio: “Me gustaría que no tuviéramos que dolernos, que no tuviéramos que hacer propio el dolor ajeno y volver ajeno el dolor propio para seguir adelante incluso en medio del horror. Pero es preciso. Condolerse es preciso”.
Lamentablemente, indicó, el silencio que se guarda es grande, imponente e impotente: “De ahí la importancia de dolerse. De la necesidad política de decir “tú me dueles” y de recorrer mi historia contigo, que eres mi país, desde la perspectiva única, aunque generalizada, de los que nos dolemos. De ahí la urgencia estética de decir, en el más básico y también en el más desencajado de los lenguajes, esto me duele”.
No es posible, reiteró Rivera Garza, mantenerse frío, estático, indiferente y aséptico ante el dolor de los demás: “Frente a la cabeza de Medusa, justo ahí porque es ahí donde el riesgo de convertirse en piedra es más verdadero, justo ahí decir: aquí, tú, nosotros, nos dolemos”
¿Me duele el dolor de los demás? ¿Me conduelo?