“Soy humanista”, declaró en días pasados el Presidente de México. Hay dos definiciones para el término. La primera, un comportamiento o actitud que exalta al género humano. La segunda, acuñada en el Renacimiento, colocó al hombre como centro de todas las cosas; es pues una postura antropocéntrica. Ninguna de las dos parece abarcar la figura correcta ante la cultura de violencia en contra de la mujer. Exaltar al género humano no es suficiente cuando la mitad de la comunidad es atacada por su condición. Fue durante la Ilustración que, comandados por Diderot, un grupo de filósofos, científicos, médicos, juristas, lingüistas, teólogos y artistas, conocidos como los enciclopedistas, se dieron a la tarea de definir el conocimiento. Lo registraron en libros, ciertamente una labor totémica y de absoluta trascendencia en la nueva concepción del pasado. Estos apasionados del saber eran obviamente hombres, franceses, blancos, letrados, en su mayoría aristócratas; como es lógico, entendieron al mundo desde su muy particular perspectiva. Su limitada capacidad de discernir los llevó a dejar a un lado montones de cosas: el reconocimiento a diferentes y alejadas culturas, anular el pensamiento que no procediera de la mente cartesiana francesa, desdeñar cualquier expresión artística que no abrevara directamente de la Academia. Pero sobre todo, estos ilustres caballeros no consideraron a la mujer más allá de un ente pasivo. Occidente tomó a pie juntillas la exhaustiva revisión elaborada por los ilustrados. Era tan completa que fue fácil adaptarla y con los años, en diferentes lenguas, se volvió universal. Un ideal basado en el hombre.
Pero el mundo no se detuvo. Al paso del tiempo las ideas evolucionaron, la velocidad de la historia marcó cambios que fundamentaron nuevas formas de pensamiento, la economía, las guerras, implicaron que esa mujer considerada como sumisa dejara de estar en el hogar y se volviera participe, codo a codo, del hombre. En muchos casos, las mujeres se quedaron a cargo de los hijos, al mismo tiempo que sustituían a los hombres en las fabricas, incluso generaron una industria abocada a la guerra. Sin pensarse como sexo débil, pilotearon aviones y tanques, dispararon como francotiradores, descargaron metralletas en contra del enemigo. Su fortaleza sirvió para vencer ejércitos. Una vez terminada la última guerra mundial, regresaron junto con los hombres vencidas o victoriosas. El atroz capítulo de la conflagración dio como resultado que ya nada fuera igual. La sociedad ajustó sus valores; ante la alta mortandad de los hombres, las mujeres se volvieron jefes de familia, entraron a ocupar puestos de importancia en la creciente industria. Conquistaron lugares prominentes en las universidades y distintas instituciones. Hasta la moda creada por Coco Chanel, el famoso Pret a porter, usar pantalones y dejar atrás los ceñidos corsés, era símbolo de una emancipación necesaria.
Sin embargo, la Enciclopedia, que para entonces debería considerarse un conjunto de viejos y pesados libros empolvados en alguna biblioteca, siguió ejerciendo su poder y sometiendo a la sociedad. En las distintas disciplinas, especialmente en el arte, poco se habló de artistas mujeres, no es que no las hubiera, simplemente no estaban dentro de los anales del conocimiento, luego entonces, no existieron.
A últimas fechas ha iniciado una descalabrada, vertiginosa y comprometida revisión de la historia, por allá y por acá, en la Edad Media, en el Renacimiento, durante la Revolución Industrial, en las vanguardias, empiezan a aparecer un montón de mujeres artistas, médicos, filósofos, científicos, juristas, lingüistas teólogos, etc. Fascinantes, guerreras, seres que no se dejaron reprimir por los que las consideraban de su propiedad; con opinión propia, admirables pensadoras vivieron esperando a que sus historias salieran a la luz. En muchos casos no tuvieron esa fortuna, pero hoy la voz a favor de la mujer como género se las devuelve.
En nuestros días, decir humanista es entender las limitaciones que este término representa. La revisión de la historia debe dejar atrás sus estructuras anquilosadas y colocar los conceptos en el sitio que les corresponde. Las mujeres, como lo demostramos el 8 y el 9 de marzo, sabemos exigir nuestros derechos, estamos decididas a ser escuchadas. Nos vale un pito la palabra humanismo sobre todo cuando no toma en cuenta a la mujer como el centro de uno de los más atroces relatos del mundo, los feminicidios. Nosotras estamos dispuestas a explorar el pasado; no sólo para encontrar a los grandes talentos ocultos en el arte, también queremos que la historia se escriba de nuevo y parta de un pensamiento en el que lo femenino se entienda como origen, como inicio. Ya fueron muchos siglos de nombrar el pasado a partir de la masculinidad, desde la intelectualidad de las instituciones creadas por hombres y para beneficio de los hombres. Hoy queremos un dios mujer, o la aceptación de que existen muchas diosas. Queremos la pasión, la intuición, la sensualidad y la delicadeza como banderas para educar a nuestros hijos, no la idea de que, si no es machín, no puede ocupar un sitio en la sociedad. Finalmente, el mundo tiene la oportunidad de reescribir su historia.
El domingo las mujeres tuvimos el parto de una nueva era. Entre más jóvenes, más guerreras, más desparpajadas, más honestas, más libres. Los cantos, los bailes, las carcajadas olían a hogar, al hogar de las diosas olvidadas. Recordemos que, si un hombre puede destruir, la mujer también puede, lo demostró el domingo. La furia de un hombre es espantosa, la de la mujer es aterradora, evoca a las brujas de Macbeth, a Medea, a las Erinias, a Circe y a Hera rabiosa en contra de Zeus. Más allá del género, lo femenino avasalló, se adueñó de las calles, las hizo suyas para clamar justicia, no para suplicar ser escuchadas, sino para advertir al mundo que no nos vamos a quedar calladas nunca más. El pensamiento de la mujer es elevado como ha sido el del hombre, constructor como ha sido el del hombre, pero, además, tiene el valor del misterio de la vida en sus entrañas, está lleno de recovecos seductores, vibrantes, mágicos.
Este domingo, la energía y el vuelo que tomaron las alas de las mujeres fueron de la rabia, de la firme convicción de que nuestro papel es pronunciarnos, hablar, gritar, edificar un nuevo mundo que tenga como protagonistas a las mujeres. Ser humanista hoy obliga a revisar la historia, a revisarse a uno mismo. Porque lo que toca a todos es que seamos feministas, hombres con mujeres, mujeres con mujeres, incluso, hombres con hombres. Cambiemos el lenguaje y pidamos que AMLO entienda que no es una postura ni política ni un derecho, es la nueva manera de ver el mundo, de entender al ser humano.
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Sinembargo.MX