Vivimos en un mundo en el que nos parece natural que existan personas que tienen éxito y otras que no, y no importa el campo del que se trate, pueden ser los negocios, el arte o hasta las conquistas amorosas. Y aunque en ocasiones, tener o no éxito depende de que se echa mano de factores tramposos, hay quienes triunfan porque poseen talento y otros que fracasan porque son lerdos, y esto, insisto, lo vemos natural y hasta obvio. Y también nos resulta evidente que a los exitosos, su éxito les abra más puertas para que sigan triunfando y, en el caso contrario, que a aquellos que no han tenido éxito, las oportunidades para triunfar les resulten escasas. Así es el mundo, decimos, y si pertenecemos al grupo de los desafortunados, entonces, completamos la frase añadiendo: así es el mundo de injusto.
Hoy quisiera analizar estos hechos que consideramos naturales y obvios, con el objeto de entender por qué el mundo es así y, sobre todo, para ver si podemos hacer algo que revierta las consecuencias, cuando estas son tristes, por supuesto.
Hace muchos años, un sociólogo de nombre Robert K Merton analizando las prácticas que se estilaban -y se estilan- en el mundo científico, llamó la atención acerca de la obviedad que nos ocupa: los investigadores con prestigio atraían a los estudiantes más talentosos y obtenían los presupuestos más jugosos para llevar a cabo su trabajo y, en cambio, decía, los investigadores sin prestigio debían aceptar ayudantes menos brillantes y rara vez obtenían algún subsidio. Y a este fenómeno -que se presentaba como una regla- lo bautizó con el nombre de Efecto Mateo, para evocar ese pasaje del Nuevo Testamento (Mateo 25:29) donde puede leerse: “A quien tiene más se le dará más y al que tiene poco, lo poco que tiene se le quitará”. Y desde entonces en muchas áreas del conocimiento fueron documentándose casos y casos del Efecto Mateo (psicología, pedagogía, sociología...)
El Efecto Mateo es una regla sí, pero ¿cómo se produce? Generalmente hay en el comienzo una pequeña ventaja que a la larga provoca un efecto acumulativo semejante a un alud. Una buena manera de exponerlo sin contaminarlo con la suspicacia es con el ejemplo del árbol más alto de cualquier bosque. Ese árbol, además de la calidad de su semilla, tuvo la suerte de crecer en un terreno con tierra rica en nutrientes, mejores condiciones de agua, en un punto donde el sol pegaba mejor, no fue atacado por plagas y todo lo propicio que uno quiera imaginar. En cambio, el árbol más pequeño del bosque -concédaseme que sea de la misma especie y con una semilla de igual calidad que la del árbol más grande- terminó siendo el más pequeño por haber crecido en el terreno más pobre, con menos agua, menos sol y todas las desgracias que uno quiera sumarle.
Este ejemplo es obvio, pero revelador, pues explica, al margen del talento con el que cada quien fue dotado, el papel determinante que tiene la calidad de la educación para los seres humanos, ese “segundo sol” del que hablaba Heráclito. Por poner un solo ejemplo: la lectura, o sea, la capacidad de comprender lo que un texto dice. La ventaja de los niños que aprenden a leer tempranamente, frente a aquellos que tardan más en aprender o de plano respecto de quienes nunca lo logran, va abriendo un abismo entre unos y otros, pues no saber leer dificulta no sola la asignatura de Español, sino todas las demás materias, y eso, con el tiempo, destruye las oportunidades que la vida va brindando. Una sola ventaja al comienzo provoca un efecto dominó a favor; mientras que la privación inicial suele llevar a la derrota.