"Desafiando la seudología fantástica"
Voy colgando de una llamada telefónica sostenida con una amistad excesivamente apreciada por un servidor que me dejó una “rara sensación de incomodidad”. Me confieso que traté de reiniciarla en automático, fue un reto que con esfuerzo y enfoque logré para conectar en el aquí y el ahora, y disfrutar del tradicional paseo del confinamiento, apreciando la puesta del sol que nos regala el ser supremo en la bahía Pata Salada.
Al llegar a casa y cerrar las actividades del día, regresó la rumiación de la incomodidad generada por la conversación telefónica, mi reto era ser certero y reconocer desde un acto consciente que me dolía. Quienes me conocen muy de cerca pueden reconocer que tengo una gran fortaleza observable y es la integridad, es decir, de forma intencionada trato de vivir de forma genuina y auténtica, me gusta la verdad y, desde el reconocimiento de mi vulnerabilidad como ser humano, trato de tener mis pies sobre la tierra.
En el caminar de mi vida, un reto muy personal es mantener el equilibrio entre una relación sana y la pérdida de la confianza por mentiras insignificantes, dicho en palabras comunes y corrientes, confiar en personas que de manera descarada mienten. Con la intención de explicarme pongo otro ejemplo: personas que con una naturalidad casi admirable creen que te ven la cara y que no eres capaz de darte cuenta de sus mentiras, cuando obvio “desde la luna es visible su comportamiento”, (diría una amiga).
Más se agudiza mi incomodidad cuando recurren a sus mentiras para situaciones insignificantes, provocándome la pregunta: si mienten en pequeños detalles, ¿cómo actuarán en los verdaderos problemas de la vida?
Reconozco que continuamente escuchamos que aceptamos a los amigos desde el profundo conocimiento de sus defectos y virtudes, desde las alegrías y las tristezas, y quizás mi incomodidad es que yo estoy colocando un filtro más poderoso, una relación con base en la confianza, en la honestidad, en la sinceridad para hablar mirando a los ojos.
Afortunadamente, el domingo la doctora Marisa Salanova nos invitaba a reconocer que la vida es como andar en bicicleta, ya que aprendes, tienes ese recurso, y aunque pase el tiempo el recurso está ahí, para aplicarlo cuando lo necesites. Empecé de forma simbólica a pedalear de forma intencionada.
El primer paso es aceptar que esa persona no se comporta así por primera vez, que es un recurso que aplica continuamente y que yo no la puedo cambiar, solo puedo modificar el cómo reacciono a sus conductas. Es decir, desengancharme.
Una lectura como recurso me da la respuesta tranquilizadora a ¿para qué miente mi amistad? De acuerdo con investigaciones del comportamiento, se afirma que, en su mayoría, quienes así actúan son llevados por la inseguridad y desconfianza en su capacidad de ser aceptados tal como son, y esa sensación los lleva a la tentación de “adornar excesivamente” su historia y sus habilidades de tal forma que impacten favorablemente en las demás personas.
En otras palabras, mentir es el recurso más fácil de valer, sin tener que pasar por esfuerzos, sacrificios, afrontamientos; y en su tremenda necesidad de recibir un gran reconocimiento, pagan el precio inquietante de la “posibilidad” de ser descubiertos, incertidumbre pura en su vida.
En la tranquilidad del recomendable pedaleo, acepto que todos quizás en algún momento de nuestra vida hemos desafiado el reto de seudología fantástica, ese tentador hábito de mentir que se puede transformar en un trastorno de la personalidad, reconociendo esa compulsión a imaginar una vida, unos acontecimientos y una historia en el ánimo de causar una impresión de admiración en los espectadores del juego de la vida.
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