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"Opinión"

"Deliciosa sacudida"

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    frheroles@prodigy.net.mx

     

    La provocó la energía que flota en los pasillos. Miles, decenas de miles que, en pocos días, se convierten en más de 800 mil visitantes. Muchos jóvenes, parejas gozosas, padres con escuincles, abuelos. Convocan tres letras que son orgullo nacional: FIL.

    El libro como enseñanza, como divertimento, como reto intelectual, como objeto, como oportunidad, allí, en los largos pasillos de la FIL, el libro hace reverencias a los potenciales lectores: todos bienvenidos. Los colores asaltan, lo títulos intrigan, los autores nos lanzan un giño, las editoriales compiten en la mejor de las lides, el país anfitrión nos invita a penetrar en sus misterios: 2019, India. Más de tres décadas de incansable superación, al principio aprendiendo de las mejores experiencias del mundo, enfrentando encrucijadas hasta convertirse en la primera feria en lengua hispana, la segunda en dimensión después de Frankfort. Energía y orgullo se suman, porque la Universidad de Guadalajara, Raúl Padilla como cabeza de un equipo y de una forma de mirar al mundo, cosechan para México. Se lo propusieron, ser de los mejores del mundo. Hoy lo son.

    El pecho henchido de saber que México puede -cuando mira al mundo de tú a tú y piensa en grande- ser motivo de admiración. Por allí desfilan cada año los mejores. La FIL es una inyección de confianza en el México arrojado y triunfador -hoy vilipendiado- triunfador como lo somos en exportaciones de manufacturas, de automóviles alemanes que se venden en Alemania, de camionetas Ford o Chevrolet que se arrebatan los propios estadounidenses, de “Tacomas2Q 562Q 56” que vuelan al norte desde Mexicali, de cerveza que conquista el orbe, de marcas que nos identifican y causan orgullo, de los 10 productos agropecuarios en que somos campeones, de pantallas que se fabrican allí en Jalisco como muchos otros productos de alta tecnología, como la sorpresiva industria aeroespacial. Vaya que podemos.
    La FIL, esa realidad irrefrenable, se impone y sacude. Nadie puede parar a ese México. Que absurdas se ven desde allí las rencillas, las mezquindades, las provocaciones como mecánica de gobierno, actitudes que caen derrotadas frente a un ánimo de modernidad combativa, sin miedos. El nuevo pleito es con decenas de editoriales. Allí, en la FIL, el premio Nobel de la Paz y expresidente de Colombia, Juan Manuel Santos, estrecha la mano de Ernesto Londoño Timochenko, ex cabeza de las FARC. Nada más lejano a la rencilla y ensimismamiento como estrategia de vida que la FIL, allí donde los profesionales del comercio del libro se miran a los ojos para hacer negocios en beneficio de todos, al centro el lector.

    La sacudida es dura, porque la FIL es un gran ejemplo del país de éxito que no pelea con la modernidad, por el contrario, la reta, como podríamos hacerlo en energías limpias, en patentes resultado de nuestra biodiversidad, en transporte aéreo por el privilegio y potencia de nuestra geografía, en varias ramas científicas y tecnológicas. Y así, el libro, un objeto que ha recibido los santos óleos en varias ocasiones, sobrevive a regímenes equívocos, a las peores deformaciones de la humanidad. En la FIL la cita es para mirar tan lejos como cada quien pueda. Los niños encontrarán dinosaurios majestuosos que les dan abrazos y Vargas Llosa, allí, hace gala de su liberalismo político y económico, del cual muchos debieran aprender, ostenta el poder de la palabra para convocar a la imaginación y a la puntual historia. Eso ocurre en un gran espacio de libertad en el que se hace la mejor política, esa en que la razón entierra a la víscera. Hay mucho qué estudiar: cómo generar los 61 millones de empleos amenazados por la tecnología, por ejemplo. Una mayor justicia social demanda más estudio y reflexión y menos gritería.

    FIL 2019, brillante y doloroso contrapunto de dos méxicos en inútil confrontación. Mejor más libros y menos insultos, más ideas democráticas y menos mañas para perpetuarse en el poder.