Fue hace 135 años cuando un joven norteamericano tuvo la visión de hacer realidad el sueño de crear una comunidad ideal en la región de Topolobampo en el municipio de Ahome, Sinaloa. Albert K. Owen y un grupo de colonos emprendieron la tarea de fundar “Pacific City”, una ciudad que, según la arqueóloga mexicana, Verónica Velasquez, se diseñó para ser dirigida por un organismo corporativo, con principios de comunidad cooperativa de granjas, fábricas y comercio, en el que cada colono sería socio de la empresa y podría facilitar el intercambio de servicios con base en un sistema perfecto de cuentas de créditos y débitos.
Para Owen, afirma Velasquez, el hogar era la salvaguarda de la vida civilizada, por lo que una ciudad debía estar compuesta por muchos hogares. De ahí su interés por construir una comunidad diferente a las del sistema económico social de los Estados Unidos y México. Para lograrlo recurrió a dos estrategias fundamentales, una que consistió en el diseño arquitectónico de una ciudad, y otra en la redacción de numerosos escritos y artículos en los que plasmó su ideología y principios.
Aunque el sueño de Owen no pudo realizarse debido a múltiples factores como el escepticismo de sus inversionistas y un brote de paludismo, el sueño de una sociedad ideal mueve todavía las aspiraciones de quienes intentan crear modelos para una mejor sociedad, y a pesar de que no siempre se cumple lo que se promete, el anhelo sigue siendo la sustancia motivadora que vibra en las antiguas, actuales y futuras generaciones, la de construir una sociedad que se consagre en una convivencia regida por las virtudes humanas.
Así hemos transitado desde Owen por diferentes periodos históricos, desde del fracaso de la Pacific City y su promesa de comunidad híbrida de socialismo y capitalismo de finales del Siglo 19, los ofrecimientos de justicia social y tierra para el que la trabaja con la Revolución de 1910, del neoliberalismo y su gran estafa de modernidad y autosuficiencia en 1988 con Salinas de Gortari, hasta nuestros días en el que se deposita ahora ese mismo ímpetu renovador en la llamada Cuarta Transformación.
En Sinaloa, como en el País, la vida en las comunidades rurales ha sido la más afectada durante los últimos 30 años de neoliberalismo, una suerte de distopía llevó a las pequeñas y medianas poblaciones a suspender sus esfuerzos de progreso y desarrollo. Comunidades que padecieron la crisis del campo y que pronto enfrentarían externalidades sociales, culturales y económicas reflejadas en su entorno social y urbano, lo que traería consigo una notable pérdida de la calidad de vida de las familias y un gradual deterioro del tejido social.
A más de un siglo de que se intentara en Sinaloa crear un modelo ideal de comunidad rural, los esfuerzos de todas las épocas y gobiernos han fracasado, las políticas gubernamentales no han podido resolver el problema del atraso en el campo. Los programas de política social, la simulación y la corrupción como mal endémico, han sido las principales razones por las que no se ha podido construir un modelo eficaz de desarrollo rural, y tengamos ahora que agregar un problema más, el de la “sustentabilidad”, pues no sólo no resolvimos el atraso y la pobreza del campo, sino que ahora se tiene que atender la amenaza real del agotamiento de los recursos naturales.
De ahí que el reto del nuevo gobierno y de la sociedad sinaloense crece, pues se requiere desarrollar comunidades rurales productivas que no sólo consideren los criterios del crecimiento económico, sino que se establezcan comunidades bajo las bases de una economía local para que sus recursos naturales y humanos se conecten en un proceso de transición económica y cultural que genere bienestar social.
Considerar, como sostiene el investigador en desarrollo sustentable, Antonio Ramírez Mocarro, la urgencia de adoptar un nuevo patrón de desarrollo rural como vía para reducir la pobreza y desigualdad, propiciar la integración territorial, encarar la problemática ambiental. Generar un desarrollo sustentable que propicie diferentes formas de enfrentar los niveles de pobreza, partiendo de que para reducirlos, primero hay que impedir que el modelo de crecimiento económico las siga produciendo, modificar las causas estructurales que la propician, de las cuales sobresalen la visión económica de gobiernos locales que no contempla la integración de las sociedades rurales y del sector campesino en particular.
Si bien las comunidades no pueden permanecer al margen de las estructuras de consumo y la economía del mercado, lo que sí es posible es planificar dinámicas de economía local que atemperen las prácticas extractivas del mercado que atentan contra la vida comunitaria y fomentan el desarraigo de sus raíces culturales.
Construir un modelo de comunidad rural que reúna el espíritu emprendedor de Albert K. Owen y la experiencia histórica del campo sinaloense para lograr acceder al ciclo virtuoso del desarrollo sustentable y se ponga fin al círculo vicioso del subdesarrollo del campo sinaloense. Lograr que la vida urbana y la vida rural en Sinaloa alcancen un mismo horizonte de futuro compartido.
Hasta aquí mis reflexiones, los espero en este espacio el próximo martes.