Hubo un tiempo en el que no había ciudades, sino pequeñas comunidades de homo sapiens con no más de veinte individuos. Todos se conocían entre sí, y había mutua cooperación entre los integrantes para alimentarse y para protegerse de las amenazas naturales. Si un miembro de la tribu enfermaba, los demás le cuidaban durante ese tiempo.
Esa solidaridad grupal era la única forma de sobrevivir, y por ello existimos hasta el día de hoy. A esto se le conoce como altruismo biológico, de manera que los grupos más cohesionados internamente lograron salir adelante mejor en la lucha por la vida.
Ese altruismo biológico no era desinteresado, pues como en todas las relaciones humanas, se esperaba una reciprocidad. Sobre todo, en aquellas pequeñas comunidades tribales, el intercambio era un código que se debía seguir. Los individualistas o egoístas difícilmente sobrevivían en un ambiente hostil.
Con el invento de la agricultura, aquellos nómadas se convirtieron en ciudadanos sedentarios. Ahora, ya no se conoce personalmente a los miembros de su tribu. Aquella socialización personal pasó a ser totalmente impersonal. Las tensiones de la vida citadina aumentaron y los choques se hicieron más violentos.
Las pequeñas tribus ahora se convirtieron en metrópolis con millones de habitantes totalmente desconocidos entre ellos. A nivel mundial somos poco más de ocho mil millones de habitantes, y la tendencia es de un crecimiento a un ritmo de ochenta millones de personas anualmente.
Hoy, el setenta por ciento de esa población mundial se concentra en las ciudades, y el treinta por ciento en pequeñas zonas rurales, pero la tendencia es que la población rural siga migrando hacia las grandes urbes en busca de trabajo.
Tan pronto como la tribu se convirtió en esa metrópolis, con desconocidos en medio de ella, se hizo necesaria la protección de la propiedad privada. El modelo cooperativo de persona-persona cambió. Ahora se limita sólo a los miembros de su familia, y en algunos casos, a su barrio. Ese microcosmos constituye nuestra tribu. Todos los demás fuera de ella son los “otros”.
Ahora, los ciudadanos somos indiferentes con esos “otros”, esa colaboración permanente desapareció, para convertirse en una simpatía selectiva. Es decir, ahora se tiene una inclinación afectiva solo entre algunas personas muy selectas. Generalmente se da entre grupos con un apego cultural, ideológico, o familiar.
Tal vez, usted, estimado lector ha practicado o sufrido esa simpatía selectiva. Hay ocasiones que uno no quiere saludar a todo el mundo, o siquiera voltear a verlos. Y es que, en las grandes ciudades ya no importa esa solidaridad y reciprocidad con todos. Ahora puede estar entre una multitud de personas y estar solo realmente, pues no recibirá atención alguna de los demás.
Todo esto me recuerda aquella tarde en la que paseaba con mi esposa por las calles de Londres; ese monstruo de ciudad que tiene una población de quince millones de habitantes. Era una hora en la que había cientos, tal vez miles de personas yendo de un lado a otro, cuando de pronto, un hombre de edad avanzada se desvaneció. Aparentemente estaba teniendo un infarto.
Toda esa masa de gente alrededor, en un par de segundos se desvaneció huyendo de la escena. Tan sólo mi esposa y yo nos quedamos asistiendo a aquel señor, durante el tiempo que tardó en llegar una ambulancia.
Tardaron unos minutos antes de cubrirlo totalmente con una sábana blanca. Y en medio de esa multitud de gente; en esa supertribu urbana, de pronto nos sentimos muy, muy solos.
Es cuanto....
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