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@rodolfodiazf
En los suburbios y periferias de las ciudades abundan personas desprovistas no solamente de vivienda, vestido y alimento, sino hasta de su propia dignidad.
En cambio, otras personas hacen gala y hasta incurren en exceso de privilegios y ostentación, por la forma en que visten, se comportan y viven.
En la décima estación del Vía Crucis -Jesús es despojado de sus vestiduras-, correspondió a una educadora de instituciones penitenciarias hacer la reflexión, quien recalcó que las personas que ingresan a la cárcel son despojadas hasta de su propia dignidad:
“Cada día me doy cuenta de que su autonomía disminuye detrás de las rejas. Necesitan de mí, incluso para escribir una carta. Estas son las criaturas suspendidas que me confían: unos hombres indefensos, exasperados en su fragilidad, a menudo privados de lo necesario para comprender el mal cometido”.
Reconoció, sin embargo, que no todo está perdido, pues aún los presos son material moldeable: “por momentos se parecen a unos niños recién nacidos que todavía pueden moldearse. Percibo que sus vidas pueden volver a comenzar en otra dirección, dando definitivamente la espalda al mal”.
Desgraciadamente, lamentó no contar con la energía y lucidez suficiente para acometer esa colosal empresa: “Pero mis fuerzas disminuyen día a día. Ser un embudo de rabia, de dolor y de rencores rumiados acaba por desgastar incluso al hombre y a la mujer más preparados”.
Empero, reveló dónde encuentra el aliento y motivación para seguir adelante en esa difícil tarea: “Elegí este trabajo después de que un joven, que estaba bajo los efectos de estupefacientes, matara a mi madre en un choque frontal. Enseguida decidí responder a ese mal con el bien. Pero, aun amando este trabajo, en ocasiones me cuesta encontrar la fuerza para llevarlo adelante”.
¿Defiendo la dignidad de las personas?