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Históricamente los mazatlecos estamos acostumbrados a convivir con otras personas visitantes; mexicanos o extranjeros. Al vivir en una ciudad tan bonita, es normal que interactuemos con turistas todo el año y desde nuestra infancia compartimos con ellos permanentemente espacios públicos, de recreación y hasta espacios residenciales. Para algunos esto es agradable, pero para otros, es todo lo contrario.
Por una parte, la turismofilia se puede definir como el sentimiento de estima, admiración, aprecio y agradecimiento hacia los turistas. El antónimo de turismofilia, es entonces la turismofobia, que se puede definir como el rechazo, antipatía y aversión que sienten los habitantes locales hacia los turistas. Este último sentimiento suele ocurrir en destinos masivos donde el tejido social se ve afectado, y la calidad de vida local tiende a un decrecimiento por la saturación turística.
Hay mazatlecos que sienten filias o fobias frente al turismo masivo. Me refiero aquí a las temporadas de Semana Santa, Carnaval, o la Semana de la Moto. Estos periodos vacacionales tienen en común que se trata en su mayoría, de jóvenes que llegan a disfrutar de unos días de desenfreno, se pasean por la ciudad en poca (o ninguna) ropa, toman alcohol en exceso, siempre acompañados de música de banda, norteños, y/o bocinas de automóviles a todo volumen. No es extraño ver peleas en las calles o en los bares y “antros” de la ciudad. Todo esto, dejando residuos como botellas, botes de cerveza, y demás desechos a su paso.
Durante estos días, es cierto que la ciudad se siente más viva que el resto del año. La economía local se dinamiza, y el desenfreno de los turistas incluso nos contagia a muchos de los habitantes locales que nos unimos a la algarabía.
Pero esa filia se suele transformar en fobia en sintonía con el ciclo de vida del habitante local. Al menos frente a este tipo de turismo que me refiero, los más jóvenes sienten una atracción y apego, pero las personas mayores no tanto.
Yo, como muchos mazatlecos, he vivido este proceso. Recuerdo que de joven esperaba con ansias las temporadas vacacionales para unirme a esas multitudes que llenaban el malecón, las playas y los centros nocturnos. Las borracheras y desvelos eran cosa de todos los días. Y claro, la oportunidad de conocer y romantizar con una chica turista era siempre latente. Al terminar las vacaciones ese erotismo se difuminaba y todo volvía a la normalidad. La espera era larga hasta el siguiente periodo vacacional.
Con el paso del tiempo, los gustos se transforman. Ahora, a mis cuarenta y tantos años de edad, entiendo a aquellos viejos que me parecían aburridos y anticuados. Mucho de lo que antes me atraía, ahora incluso me molesta.
Hoy la percepción que tengo sobre ese tipo de turismo ha cambiado. Ahora me estresa el tráfico a “vuelta de rueda” por la ciudad. La espera en cada establecimiento me desespera, y el ruido por todas partes me pone de mal humor. Los turistas desenfrenados se “adueñan” de la ciudad y hay pocas opciones para visitar con mis pequeñas hijas. Una resaca o desvelo me dura varios días, así que en esas fechas prefiero “atrincherarme” en casa, o cuando puedo, me voy de la ciudad.
No estoy seguro si Mazatlán se está especializando en el “turismo de borrachera” (en términos del turismólogo Joan Luis Ferrer) o sólo es una señal más de que me estoy haciendo viejo.
Es cuanto...