A partir de un llamado hecho en una de las redes sociales más populares en Internet, hubo varias respuestas, todas positivas. Se trataba de apoyar a “Manuel”, un muchacho desplazado de Santa Lucía que fue atropellado por un automóvil apenas hubo llegado a Villa Unión (Noroeste, “A propósito de.., enero/30/2018). El apoyo solicitado era de una bicicleta para que él, “Manuel”, pudiera ejercitar sus piernas, parte de su terapia para recuperar el movimiento:
“Estrella”, madre de dos adolescentes, dijo, en privado, que tenía una bicicleta para donarla. Sólo habría qué pasar por ella. Que ahí estaba, disponible. Si acaso habría que desponcharla; “Bonel”, quien nos contactó, manifestó lo mismo, que estaba dispuesta a entregar una bici que ya no usaba; “Paco”, por su parte, se ofreció donar la bici, solo que le dijera la talla requerida. Estaba dispuesto a comprarla nueva. Otro donador anónimo se adelantó a todos: mandó la bici. Usada, pero igualmente útil: desde la tarde del jueves ocho de febrero se puede ver a “Manuel” paseando, contento -y apoyado por su hermano menor- en su bicicleta.
En Lomas de Monterrey hay dos grupos de familias de desplazados, uno de la sierra de El Rosario (Noroeste, “A propósito de.., enero/30, 2018”). Son de esos desplazados que las autoridades no ven. No porque no puedan, sino porque no quieren. Como el actual Presidente Municipal de aquel municipio, que no dice nada al respecto. Bueno, en realidad no dice nada de nada. Tal es su opacidad. Una de las familias es la de “Lluvia”, una niña de ocho años que andaba por las calles descalza, como algunos de sus hermanos y hermanas, que no son pocos: nueve en total. Doce integrantes de la familia, contando a papá y mamá. Cuando estaban refundidos en la sierra carecían de información sobre control de la natalidad. Y de servicios de salud. Además, poseedores de la tierra, vivían de lo que ella les daba, sin mayores preocupaciones, a no ser ir a pizcar lo que la tierra les daba. Las cosas cambiaron cuando los violentos irrumpieron las moradas de la ranchería a grito de balas. No les quedó de otra. Como otras veintitantas familias, bajaron a El Rosario, después a Lomas de Monterrey, donde ahora viven.
Cuando a través de las redes sociales de Internet se supo de la situación de la familia de “Lluvia”, no faltó quien se ofreciera para enviarles zapatos, ropa, víveres. “Aída” es una de estas personas solidarias. Ahora la niña y sus hermanas ya traen zapatos. Y tienen una bicicletita que también les envió “Olivia”, una señora que supo la historia.
Algo parecido sucedió con otra niña en Santa Lucía, una niña que, por no tener zapatos propios, usaba los de su mamá para andar entre los pedruscos (Noroeste, “A propósito de.., 5/12/2017). “Maricruz”, una chica procedente de Guerrero, cuando leyó en el periódico lo que sucedía, buscó zapatos entre sus familiares para enviarlos a la sierra. No sólo los envió, sino que ella misma fue a entregarlos. Y no un par, sino varios, que sirvieron para otras niñas que estaban en las mismas condiciones.
Bien: todo lo anterior son solo algunos ejemplos que muestran la disponibilidad de los ciudadanos para apoyar a los paisanos cuando la desgracia los abruma. Se demuestra, por lo demás, que Sinaloa no es solo violencia desatada ni cerveza por consumir. Con este tipo de acciones no se trata (solo) de hacer obras de caridad. Se trata, también, de crear una red de personas -sin intereses político-electorales-. Una red de ciudadanos que, inconformes con lo que acontece en el entorno, están dispuestas a combatir, desde sus posibilidades y alcances, la miseria de la que se han olvidado las autoridades gubernamentales, y a la que recurren los militantes y los partidos políticos -de diestra y de siniestra- sólo cuando se avecinan los procesos electorales.
Ya en otra colaboración, en contrario de lo anterior, nos ocuparemos de las miserias que hacen algunos al manipular desplazados y colonos a partir de necesidades reales. “De todo hay en la Viña del Señor”, dice la conseja.